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Medicina 99 en Europa

Un viaje largamente organizado


La generación que ingresó a Facultad de Medicina en 1993 estuvo cuatro años organizando un viaje a Europa. Finalmente, 63, de los casi 400 estudiantes que comenzaron a reunirse, lograron viajar a comienzos de este año a diversos países. Desde el 12 de febrero hasta el 12 de marzo recorrieron Londres, Amsterdam, Brujas, Ginebra, París, Niza, Venecia, Florencia, Madrid y Barcelona, entre otras ciudades.

por Melisa Machado

 

Todo empezó cuando el profesor Carlos Salveraglio "tiró la idea en su clase", dijo Adriana Della Valle, una de las estu- diantes, que actualmente tiene 25 años y está cursando octavo. "Cuando Salveraglio dijo eso en su clínica, empecé a mirar para todos los costados a ver si alguien más parecía interesado por la propuesta y, por suerte, más de uno demostró interés", contó.

A partir de ese momento los estudiantes se pusieron a buscar antecedentes y encontraron que sólo una vez, en 1989, una generación había realizado un viaje, pero encontraron también que se había perdido la tradición. Sin embargo, no se desanimaron, investigaron si había quedado de esa época alguna clase de reglamento y pidieron ayuda a los estudiantes de arquitectura. De este modo consiguieron los estatutos básicos y el modo de funcionamiento habitual de esa facultad para conseguir auspicios y organizarse en los primeros momentos.

Si el doctor Salveraglio concibió la idea, el doctor Juan Carlos Bagattini fue quien siguió de cerca el proyecto durante dos años. Sin embargo, el que finalmente viajó con los estudiantes fue el doctor Eugenio Petit, "un hombre macanudo, cercano a nosotros generacionalmente, que quedó encantado con el viaje", contó Della Valle, quien se convirtió en una de las organizadoras.

Petit colaboró consiguiendo auspicios de laboratorios y contactándose con el Instituto Pasteur y el Hospital Ramón y Cajal, que permitieron que los viajeros pudieran visitar las instalaciones y conversar con varios profesionales uruguayos establecidos en Francia y España.

Gracias a rifas, bailes, reuniones y establecimiento de comisiones, el grupo logró que el costo del viaje, con el pasaje, el alojamiento, que incluía media pensión, y un viático de 20 dólares diarios, fuera de 2.100 dólares por persona.

Lo que finalmente resultó placentero presentó, al comienzo, bastante dificultades. Para organizarse, durante cuatro años los estudiantes crearon cinco comisiones: directiva, de finanzas, de eventos, de rifas y fiscal. Además de una reunión general mensual obligatoria que se realizaba los segundos martes de cada mes entre las 21 y las 24 (se pasaba lista y sólo se podían tener tres faltas), los integrantes de las comisiones (entre cinco y 40 personas, según las tareas a distribuir), debían reunirse cada vez que fuera necesario. "Fue costoso y había que tener muchas ganas de viajar, pero valió la pena. Una de las condiciones que pusimos desde el principio era que no se podía viajar con las respectivas parejas, a no ser que fueran de la generación, porque eso implicaba más problemas a la hora de la coordinación", dijo la organizadora.

Otra de las dificultades fue encontrar el momento exacto para viajar: tenía que ser cuando nadie tuviera que rendir ningún examen ni cursar una materia. Para ello tuvieron que hablar con las diferentes coordinaciones de quinto, sexto y séptimo año ya que, desde 1996 hasta el 2000, los estudiantes se fueron desfasando en sus cursos. "Medicina 99 fue el nombre con que se identificó el grupo: pensábamos viajar en ese año pero fue imposible justamente por el tema de las coordinaciones. Por fin lo logramos al término del segundo período de los exámenes de Materno-infantil".

Fue así que los 63 estudiantes aterrizaron en Londres, donde los esperaba un guía y un ómnibus de dos pisos que los trasladó por los diferentes países. En las largas jornadas entre un lugar y otro jugaban partidos de truco, tomaban mate o contaban chistes por altoparlante. La impresión más grata del viaje se la llevó Barcelona, a la que reconocen como una ciudad plena de movimiento y de obras de arte. Recuerdan también a Chamonix, al borde del Montt Blanc. "Era un pueblito a orillas de un mar de hielo y se veían las montañas enormes. Había también una cantidad de esculturas hechas en el glaciar. Era como estar dentro de una película o habitar un paisaje como el de Heidi", recordó Della Valle, quien en nombre de todos sus compañeros ofrece su experiencia y su ayuda a la generación 95, que ya está organizando su propio viaje.

 

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