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Carlos Montejo, coordinador médico de la primera brigada sanitaria a Honduras

«La experiencia cambió nuestras vidas»


El doctor Carlos Montejo fue uno de los coordinadores de las brigadas sanitarias que permanecieron dos meses en Honduras para atender a comunidades rurales que sufrieron la devastación del huracán Mitch. Montejo participó del primer grupo de voluntarios, que permaneció en las zonas de Marcala y Taulabé, entre abril y mayo. Se trató de un proyecto conjunto del Sindicato Médico del Uruguay, de la Federación Médica del Interior y de la Asociación Cristiana de Jóvenes (ACJ) que, según sus organizadores, cumplió con los tres objetivos propuestos: atención, educación sanitaria y diagnóstico comunitario de salud social.


por Armando Olveira


¿Se vieron sorprendidos por la situación sanitaria de las aldeas luego del Mitch?

No hubo sorpresas. Lo que llamó la atención es que no hubiera enfermedades derivadas de la devastación. Nos encontramos con las endemias históricas de la zona, mal atendidas por falta de asistencia. Enfermedades tropicales; afecciones respiratorias a causa del polvo y la quema de cubiertas para la producción azucarera; problemas de columna por falta de higiene laboral en la recolección agrícola, siempre basada en el machete y gastritis derivadas del excesivo consumo de café. A ello se suma mala alimentación, baja en proteínas, en base a frijol y maíz.

Los brigadistas a la hora del
postre (invariablemente,
dulce de leche uruguayo).
Arriba y al centro, de visera ladeada,
Carlos Montejo

Foto

Vimos desnutrición y parasitosis en niños, todo esto es determinante de la alta mortandad infantil. Nos llamó la atención la casi ausencia de personas excedidas de peso. Los gordos no existen en las zonas rurales de Marcala y Taulabé. El hecho quizás tenga dos explicaciones: una es alimentaria y la otra es el método de movilización, siempre caminando.

Lo que no significa salud...

No puede haber salud cuando hay mala alimentación. La ingesta de proteínas se hace en base a huevos; comen poca carne, generalmente de gallina... pero si matan la gallina no hay huevos. Toman muy poca leche, ocasionalmente se ve alguna vaca.

Decía que no sorprendió el panorama sanitario.

Nos encontramos con personas que nunca habían visto un médico en su vida. Como mucho, en algunas aldeas se conocía a los voluntarios de la ACJ, por brigadas anteriores que actuaron muy poco después de Mitch.

¿Cómo es el sistema hondureño de salud?

En Tegucigalpa, la capital, hay un hospital Universitario similar a nuestro Clínicas. Es un centro polivalente, con las especialidades y servicios intensivos, pero que sufre por falta de recursos y exceso de pacientes. En las capitales departamentales hay otros hospitales, sin el grado de complejidad del Universitario, pero que cuentan con especialidades básicas. A los que siguen centros de salud ubicados en ciudades del interior.

En Comayagua, donde estábamos nosotros, hay un hospital; en Siguatepeque, la segunda ciudad, hay una policlínica con médicos generales, cardiólogos y pediatras. En otros pueblos apenas hay policlínicas pequeñas, en el mejor de los casos con un médico, que atienden de ocho a catorce horas. Después, la atención pública no existe, porque en muchos lugares el colega ni siquiera vive allí. Para nosotros, el último médico estaba radicado en Taulabé.

El desamparo de las comunidades es angustiante. Se trasladan siempre a pie o, con suerte, en un burro cansino. En alguna comunidad apenas vimos uno o dos vehículos, por lo tanto no es el medio habitual de transporte. Era común ver caravanas de caminantes en rutas: ancianos, mujeres, niños.

Un fracturado debe ser trasladado en parihuela a lo largo de kilómetros de montaña. Fuimos a un centro de salud comunitario que no funcionaba por falta de personal. Lo que sí existe en algunos lugares son voluntarios con formación precaria en primeros auxilios.

¿Se puede decir que el arribo de las brigadas cambió la vida de las comunidades?

La mejora fue mientras estuvimos allí. El trabajo de atención médica no fue lo fundamental. Permanecimos dos o tres días en cada lugar, vimos a todos los pobladores, sanos y enfermos, pero era algo puntual.

Nos interesó dejar elementos sanitarios que pudiera manejar la propia comunidad, como la capacitación para el uso de un «botiquín semilla». Para tener derecho a ese botiquín, debían formar comités de salud, que también participaban en los cursos de capacitación sobre primeros auxilios y uso de medicamentos básicos (por ejemplo, analgésicos).

Luego de ese taller, la segunda brigada dejaba el botiquín, reforzaba los conocimientos dejados por el primer grupo y agregaba los conceptos de gestión de la «semilla».

Foto A la atención médica de las brigadas,
las comunidades brindaban
una contrapartida alimenticia.
Este es el texto del «contrato»,
manuscrito y a la vista
de todos

Aquí se planteaban dos objetivos: el autoabastecimiento de los botiquines a costos muy bajos conseguidos por la ACJ hondureña, y el fomento de la solidaridad en cada ámbito de las comunidades.

El tercer objetivo básico de las brigadas fue el diagnóstico comunitario en base a encuestas domiciliarias y entrevistas calificadas.

¿Se cumplió con los tres objetivos?

Sí. Previamente nos planteamos, una buena atención, capacitación y la realización de un diagnóstico comunitario. Lo difícil, a causa del volumen, fue la atención, pero no quedó gente sin ver, quizá la mayor dificultad fue en el área odontológica, porque teníamos un solo profesional. En algunos lugares se llegó a las 200 consultas por día.

¿Hubo resistencia de las comunidades?

Jamás. Recibimos un trato excelente. Pero debe agregarse el gran trabajo de difusión previa de la ACJ, tanto en Marcala como Taulabé, con programas de radio comunitaria, que sirvieron para anunciar nuestra llegada y nos permitieron explicar la tarea solidaria.

¿Algún uso social que les llamara la atención?

Muchos, pero hubo uno que al principio creó cierta incomodidad. Nuestro concepto de intimidad no existe para los hondureños. Debimos acostumbrarnos a que siempre apareciera un tercero cuando atendíamos o charlábamos con un paciente, ya fuera niño o adulto. Al principio nos resultó chocante, pero nos dimos cuenta que era algo natural en ellos. Fue duro el comprender por qué un paciente esperaba ser atendido al lado del médico, escuchando atentamente lo que le decía a otro.

¿Se sintieron cómodos en cuanto a alojamiento, alimentación y seguridad?

Las comunidades hicieron un gran esfuerzo para recibirnos bien. Sirvió la estrategia de información previa realizada por la Asociación en Montevideo. Se habló previamente de falta de agua, de alimentación mala y escasa, de una pésima infraestructura y de muchos riesgos. Cuando llegamos a Honduras, vimos que la situación no era tan mala como se pintó. Hubo sólo sorpresas positivas y eso mejoró el ánimo de todos.

Los responsables optamos por esa estrategia por una cuestión de autodefensa. La realidad fue distinta a la pintada en Montevideo. No hubo problemas de inseguridad, la alimentación era adecuada y se contaba siempre con agua potable. Inclusive, algunas comunidades tenían proyectos de potabilización, con la posibilidad de una canilla por casa. Nuestro arribo estimuló esos trabajos.

Dormíamos en las escuelas, en colchonetas, en sobres de dormir o carpas. La temperatura era agradable en Taulabé, calurosa de día y primaveral de noche. En Marcala la diferencia fue mayor por la deforestación y la altura. Caluroso de día y frío de noche.

Extrañábamos mucho a los nuestros, pero estábamos motivados por el valor del trabajo y la importancia que le daban las comunidades.

¿Cómo se portaron los brigadistas, todos ellos jóvenes recién iniciados en profesiones de la salud?

Muy bien en todos los sentidos. Se cumplieron los objetivos sin inconvenientes de integración sociocultural. Marcala y Taulabé tienen dos realidades distintas: Marcala es indígena lenca, y Taulabé mestiza.

Desde un principio fuimos recibidos por autoridades sanitarias de Comayagua y de la ACJ. Manteníamos contacto con los responsables de Marcala y Taulabé, y contamos con la participación de los auxiliares de salud de las comunidades.

¿Hubo atención oficial?

Nos entrevistamos con el viceministro de Salud de Honduras, quien muy entusiasmado llegó a proponernos que fuéramos a otras áreas no previstas. Se mostró sorprendido por la planificación de tareas educativas y de diagnóstico complementarias de la atención.

Este encuentro con el viceministro permitió que la segunda brigada extendiera su trabajo hasta una comunidad que estaba fuera del itinerario, Veracruz.

¿Cómo fue la relación con los profesionales de la salud hondureños?

Contamos con el apoyo, a veces personal, de médicos, odontólogos y enfermeros hondureños. Por ejemplo, nos ocurrió algo con un paciente odontológico que necesitaba de una intervención compleja que incluía una fijación de maxilar. En principio creímos que era necesario llevarlo a Comayagua, pero una dentista de Taulabé nos prestó apoyo técnico y de infraestructura y hasta se comprometió a retirarle la fijación en un plazo de 30 días, en su consultorio y sin costo.

¿Y con la Asociación Médica de Honduras?

Ni bien llegamos a Tegucigalpa, intentamos comunicarnos con el presidente de la Asociación, doctor Montalbán. Mantuvimos una reunión con él. Le planteamos nuestro plan de trabajo, al que también le ofreció apoyo logístico e institucional. Nos agradeció la actitud del SMU, por haber comunicado el proyecto y la nómina de brigadistas.

¿La primera brigada facilitó la tarea de la segunda?

Nuestros compañeros tuvieron allanado el camino en el tema de la ansiedad. Nosotros sufrimos más por el desconocimiento de las condiciones de trabajo. Ellos llegaron más tranquilos, con nuestra experiencia y con una muy buena relación con las comunidades.

En cuanto a la educación sanitaria, la segunda brigada reforzó y amplió la tarea de la primera. En diagnóstico comunitario hubo un trabajo a fondo de nuestro equipo, quedando solamente una comunidad para entrevistar.

Fue básico el trabajo de la coordinadora de la ACJ, Renata Ferrari. Ella tenía la gran ventaja de residir en Marcala, donde las comunicaciones eran más fluidas que en Taulabé. Nosotros teníamos un solo teléfono, utilizable únicamente para el área local. Por ejemplo, pudimos llamar sólo tres veces a Tegucigalpa.

¿La mortalidad infantil es un problema mayor de las comunidades?

No hay datos exactos. Era común que las mujeres nos informaran entre seis y ocho hijos, pero en diez a doce partos. Es alto el porcentaje de muertes perinatales, provocadas por infecciones o problemas de atención. Los nacimientos ocurren en malas condiciones de higiene, a cargo de alguna comadrona, en el domicilio de la parturienta. Un niño que viene en mala posición difícilmente sobreviva y puede provocar la muerte de la mamá, ya que hay que ir hasta Comayagua, y no todas llegan.

Las cifras oficiales de Honduras señalan una mortalidad infantil de 70 por mil, mientras que en Uruguay tenemos 17 por mil, y es considerada alta. Pero en las zonas rurales seguramente supera los 100 por mil.

Otro tanto debe ocurrir con los ancianos...

El gobierno da como promedio de vida los 69 años, pero vimos pocas personas por encima de los 60. Nuestro concepto de ancianidad es distinto. El deterioro físico es mayor y es difícil calcular la edad. Era muy común que nos consultaran campesinos que aparentaban 50 años, y en los papeles, por ejemplo, tenían 35.

¿Cómo quedaron las comunidades luego de Mitch?

Pocas fueron afectadas directamente por inundaciones que destruyeron algunas casas, como en Ocomán, una comunidad cerca de Taulabé. Pero no hubo muertos. El problema era de supervivencia económica por la destrucción de cosechas. Recién ahora están plantando para la próxima, pero comienzan a sufrir escasez de alimentos. La temporada de cosecha empieza en noviembre y el huracán azotó esa zona a partir del 26 de octubre.

Muy distinto fue en la zona urbana. Estuvimos en Tegucigalpa y Choluteca, donde fue terriblemente devastador a causa de la crecida del río Choluteca. Allí vimos los rastros de muerte y destrucción provocados por el huracán más terrible de los últimos 200 años.

¿En qué se basa la economía agraria?

Hay empresas que plantan café y caña de azúcar, pero ocupan a la gente dos o tres días a la semana. Luego se van a su casa a trabajar las huertas que sirven para el sustento diario.

El 80% de la población hondureña, tanto en ciudad como interior, está por debajo de la línea de pobreza. Un 60% vive en la pobreza extrema. El 100% de los pobladores de las comunidades son parte de esa multitud sufriente, pese a la dignidad con la que llevan su situación económico-social.

Juan Paulo drenando
un absceso

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¿Esta experiencia sirve para su trabajo cotidiano? ¿Se puede extrapolar aquella tarea a nuestro país?

Una experiencia de vida tan fuerte es trasladable a cualquier lado. La profesional, en cambio, es poco extrapolable. En Honduras trabajamos en condiciones precarias, atendiendo en bancos de escuela, con personas curioseando. El examen físico se realizaba en una camilla precaria, detrás de un biombo.

Desde el punto de vista clínico, pudimos ver patologías raras en nuestra región.

Lo hermoso fue haber vivido la solidaridad tan de cerca, aprender a conocer y respetar culturas tan distintas. Supimos que existen otras formas de vida muy distintas a la propia, con criterios inimaginables para nuestra educación, pero tan válidas como cualquiera.

Nos dimos cuenta que algo cambió en nosotros. Más allá de que la parte de atención fue buena, que la capacitación también lo fue y que el diagnóstico comunitario será útil, comprobamos que el espíritu humano de solidaridad sigue vigente. Hay valores que el individualismo no ha destruido.

¿Cómo es el trabajo médico en Honduras?

Como en toda América Latina, la nuestra es una profesión que ha ido sumando más problemas que beneficios. El país sufre un gran desequilibrio en su servicio de salud. La relación es de un médico cada siete mil habitantes, situación que se agrava en el interior, porque a los jóvenes egresados les cuesta emigrar a zonas rurales. En las ciudades hay colegas desocupados y en el interior falta cobertura. Hay centros de salud en todo el país que no tienen médicos, y los cargos no se cubren por falta de recursos humanos. Lo común es que a las comunidades más alejadas vayan estudiantes avanzados de medicina que cursan la etapa que ellos llaman de «trabajo social».

¿Piensan en la posibilidad de crear otras brigadas?

El tiempo dirá, pero sería fantástico que también se llevara la solidaridad a distintas zonas de nuestro país, faltas de asistencia y educación sanitaria. Pero debemos precavernos de no confundir solidaridad con beneficencia.

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