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Cuque Sclavo

Un lípido sueño de amor

Dieta: Régimen de alimentación prescrito por los médicos. (Breve diccionario etimológico de la lengua castellana)
La dieta es una cosa que empieza mañana (J.S.)


por Jorge (Cuque) Sclavo
P
ero no cualquier «mañana». No olvidemos que «dejar de» es abdicar de los más caros e inalienables derechos humanos. Por eso exige una referencia en el tiempo, un mojón de nuestra vida: es un hecho histórico.

-¡Yo me prometí dejar de fumar cuando nació la Nena!

-¡Yo, cuando le rompimos el sexenio a los manyas!

Además, la dieta no es algo de hoy para mañana. Exige semanas de racionalización, de reflexión, de meditación. Significa un arduo ejercicio intelectual y una presensibilización profunda. Esos hombres que, repentinamente, «dejan de» algo, son seres sospechosos, impulsivos, actuadores, que en cualquier momento, también imprevista y sorpresivamente, pueden lanzarse a fumar como murciélagos, beber como beduinos o comer como si tuviesen una solitaria quintilliza.

De allí que «dime qué dieta haces y te diré quién eres». Por algo DIETA viene del griego DIAITA que se refiere a la manera de vivir, al régimen de vida (luego DIETA tomó otro significado que se relacionaba con lo que se pagaba al funcionario público para que comiese, desde entonces es que los tenemos a dieta, a los pobres). Pero retomemos a aquel dietante historicista del comienzo, el que espera una fecha propicia:

-¡Ah sí, che! Terminan las fiestas de fin de año y yo me purgo. ¡Sólo ensaladas y frutas! (Claro, nunca nos contará que acompaña la ensalada con sendos chorizos y corona las frutas con helado y un copo de chantilly).

-¡Cuando termine la licencia, salute! Empiezo el régimen. ¡Mientras tanto, a disfrutar de la vida! Si no, ¿para qué estás de licencia?

Después se vendrá Carnaval y se repetirá el eterno silogismo. La carne es débil. El Hombre es de carne. Luego, el Hombre es débil:

-Vos no vas a arruinarle estos pocos días de placer a tu gente. ¿Qué culpa tiene? ¡Yo como lo que coman todos! ¡Además, todos están esperando que yo haga la parrillada, como siempre!

Entonces, como la dieta es la Ley y en el Legislativo todos están de elecciones, el Hombre la abandona hasta Turismo, esa semana durante la cual, menos el bacalao (y la perdiz) todos los animales son felices. Pasada la semana, los parientes franelas y los sufrimientos de la carretera, el Hombre decide que sí, que ese lunes mismo con el laburo empezará la dieta. Seguramente elegirá una, dentro del interminable folclore de otros dietantes fracasados. Se traga un ajo en ayunas con el jugo de un limón en agua tibia, una media aspirina, un yogur dietético bien frío y un té de congorosa para acompañar las píldoras polivitamínicas antiestrés. Todo eso le provocará inmediatamente una diarrea instantánea y las iras de la familia que necesita el baño en ese momento. Cuando llegue al trabajo comprobará que todos sus compañeros tienen, como él, esa cara de bronca de los adolescentes recién levantados, también que el patrón lo mira con cara rara y advierte en los clientes una voz de asco y prepotencia. Se siente como cuando empezaba el año y ya tenía la túnica manchada, la moña deshecha y unas ganas bárbaras de volver a casa para ver la tele. Será por eso que, frente a ese yogur dietético y las dos fetas de pan negro tostado que constituirán su almuerzo de ese primer día, se siente como el conde Montecristo luego de 20 años de reclusión en la isla maldita. Por eso, no será raro que al otro día cambie esa dieta por la de «la manzana y el café con leche», que a la semana siguiente se haya jugado todos los boletos a la «dieta de la luna», la cual abandonará por la dieta sueca del ayuno de un día a la semana que él comenzará hasta que un día a los 10 minutos de ese día de ayuno se precipite sobre dos tortugas de milanesa con tomates, mayonesa, queso y un toque de panceta.

-Pulsión de muerte -interpretará luego el psicoanalista.

-¿Será una herencia genética doctor? -¡El padre y el abuelo eran así! -dirá la señora.

-Siempre fue un degenerado. Se tomaba hasta el agua de los floreros. Y de chico, lo echaban de los cumpleaños porque se lamía las servilletas de la torta -dirá su más íntimo amigo, el Tito.

Yo sé que esta confesión me puede costar problemas, que es «políticamente incorrecta» como se dice ahora, pero: yo me muero por las gordas, esas transgresoras de las normas, esas indisciplinadas, esas artistas de la grasa que logran increíbles formas. Son generalmente lindas, tienen un humor atrapante, pueden envolvernos en su tela de lípidos hasta hacernos confesar:

-¡Gordita, me matás!

Entonces el mozo se acerca y pregunta:

-¿Qué es lo que van a ordenar?

-¡Una paella!

-¿Para dos?

-No. Una para mí y otra para ella. ¿Verdad mi amor?

-¡Por supuesto, mi sueño!

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