Prof. Emér. Dr. Ciro A. Peluffo Berruti

1908 - 2009

Falleció el 7 de julio de 2009, en Montevideo, el Académico Prof. Emérito Dr. Ciro A. Peluffo Berrutti. Por eso celebramos hoy el Centenario del nacimiento del Académico, Profesor Emérito, Doctor Ciro A. Peluffo Berrutti, que había nacido en esta ciudad el 19 de abril de 1908. Había traspasado los 101 años, disfrutando una vida de calidad. El año pasado conmemoramos su Centenario, y con tal motivo se realizó un memorable acto en la Cámara de Representantes. Allí, con su presencia lúcida y activa, que incluyó su emotivo y espontáneo discurso.

Y se celebró en el Palacio Legislativo, hogar de la Democracia uruguaya y símbolo de la pluralidad y tolerancia, porque así lo han ofrecido los distinguidos miembros de la Comisión de Salud de la Cámara de Representantes. En un homenaje conjunto al que se asocian con júbilo la Academia Nacional de Medicina, la Federación Médica del Interior y el Sindicato Médico del Uruguay.

Nacido en el corazón del nuevo Montevideo, en el Barrio del Cordón, en Constituyente y Yaro, cuando todavía circulaba el tranvía de caballos, fue un auténtico hijo de la Escuela “Artigas”, de la calle Canelones, el Liceo “Rodó” y el Instituto “Alfredo Vásquez Acevedo”, todos ellos establecimientos públicos; de la Facultad de Medicina en sus mejores tiempos, cuando ya en Anatomía le exigían a cada estudiante presentar una tesis. La suya versó sobre el extensor propio del dedo índice. Para lo cual tuvo que realizar muchas autopsias de adultos y de fetos. Allí daría inicio una interminable vocación por el conocimiento y la investigación, que tantos beneficios daría al país y al mundo. Aprendiendo la importancia del método científico. De lo más simple a lo más complejo; en profundidad y en largo plazo.

Se inició en las disciplinas de la Microbiología en el viejo Instituto de Higiene Experimental, de Sarandí y Maciel, trasmitiéndonos un rico anecdotario sobre aquellos personajes míticos que poblaron aquella antigua Casa de los Ejercicios, fundada en 1799, donde en modestos laboratorios realizaban sus investigaciones desde 1895, cuando fue fundado. Trabajó primero con el Maestro Rodolfo Talice, en algunas investigaciones sobre Balantidosis, y luego enfiló firmemente a la investigación y la docencia en Bacteriología, junto al Maestro Estenio Hormaeche. Junto a quien descubrió y clasificó numerosas especies de Enterobacterias, fundamentalmente de los géneros Salmonella y Shigella, estableciéndose firmemente, a nivel mundial, la “Doctrina de Montevideo”. Esta doctrina, en contraposición a la “Doctrina de Kiel”, hasta entonces imperante, demostró que las salmonelas de origen animal eran capaces de producir en los lactantes graves cuadros generalizados como septicemias y meningitis, a punto de partida de las enteritis infantiles. Mientras que la “Doctrina de Kiel” sostenía que sólo eran capaces de producir en el hombre procesos localizados en el intestino. Talice le trasmitiría, en algún rincón de la Academia, muchas décadas después, el secreto de vivir más de cien años, privilegio de los Presidentes de la Academia que además hubieran trabajado en el Instituto de Higiene. Es para los pocos que reúnan ambas condiciones.

Hormaeche le hizo vivir, en su propio ejemplo de investigador, que el científico exponía su vida buscando una verdad, cuando estuvo a punto de morir por una infección con Brucella suis, cuando se ignoraba la posibilidad y frecuencia del pasaje de las brucelas a través de la piel, aparentemente sana y de los riesgos de la manipulación de animales infectados. En época que no había antibióticos. Así que vio la muerte, cara a cara, y felizmente pudo, con alegría, ver y contar que su maestro la superaba. Trabajar en laboratorio con microorganismos, no era tarea sencilla o inocua. Estaba expuesta a graves riesgos.

Esas contribuciones e investigaciones, no eran meras especulaciones de laboratorio, sino que tenían inmediata aplicación clínica, particularmente en el campo de la Pediatría. Trabajó intensamente con Pediatras de la talla de Víctor Zerbino, Antonio Carrau, José Bonaba, Euclides Peluffo, Alfredo Ramón-Guerra, Julio R. Marcos, José Alberto Praderi. Gracias a tales investigaciones las diarreas estivales y las intoxicaciones alimenticias pudieron ser mejor tratadas y salvadas miles de vidas de pequeños niños, que serían luego ciudadanos de provecho. Cerca de un centenar de bacteriólogos, que luego serían los líderes en sus países, en toda América Latina, se formaron sólidamente en aquel Instituto de Higiene orientado por Hormaeche y Ciro Peluffo.

Dirigió laboratorios, fuera del ámbito académico, tanto en el Centro Hospitalario Pereira Rossell, que también cumple 100 años en el presente, como en el de la Cooperativa Nacional de Productores de Leche (CONAPROLE). Enseñó con diligencia y exigencia su materia, mostrando e inculcando destrezas y habilidades, como sembrar una placa de Petri en diferentes medios para identificar bacterias, o aprender a hacer y teñir un examen directo al Gram o al Ziehl, que los estudiantes incorporaban como una habilidad para toda la vida. Fue un ser humano excepcional, amable y recto, que cultivó su magisterio con nobleza, sin soberbia, con generosidad para trasmitir conocimiento y estimular vocaciones sin esconder secretos. Que como la inmensa mayoría de los médicos e investigadores uruguayos, vivió modestamente, sin hacer ni preocuparse por hacer fortuna. Enseñó a estudiar, descubrir, publicar, emplear las herramientas del conocimiento y el espíritu crítico. Hizo sencillo lo complejo, en aquellos cuadros intrincados para diferenciar los Gram Negativos a través de la modificación de los colores de los azúcares, la glucosa, lactosa, sacarosa, manitol, xilosa y la producción de gas. Que eran una sinfonía visual. Buscó el conocimiento donde estuviera. Ganó becas, premios, publicó cientos de trabajos científicos y atravesó mares, persiguiendo el saber. Enseguida de terminada la Segunda Guerra Mundial hizo una estadía prolongada en Londres, destruida por los bombardeos, con un racionamiento feroz. Allí, como no pudo obtener cigarrillos, inició la costumbre de fumar pipa, cuyo tabaco no tenía restricciones, que conserva hasta hoy, aunque respeta las restricciones legales, como una forma de disfrutar de la lectura y la reflexión, con su inteligencia inquieta que siempre le acompañó.

Fue Delegado a la Primera Conferencia Mundial de Enseñanza Médica, en Londres, otra vez, en 1953, junto al joven estudiante Hugo Villar y otros dos profesores, haciéndole llegar al Consejo de Facultad, por correo, el informe, antes de regresar, lo que asombró a todos, y fue la primera, y tal vez única ocasión en que tal cosa ocurrió.

Siempre atento a la evolución de las ideas y al avance de la ciencia, ejerció su condición de universitario con dignidad, integrando diversos órganos de gobierno. En el Sindicato Médico del Uruguay fundó y presidió durante 17 años el Fondo de Solidaridad Social, junto a Ricardo Yannicelli y Aron Nowinski. En la Cátedra formó equipos de investigadores y docentes que extendieron sus conocimientos a las áreas clínicas y permitieron grandes avances, salvando miles de vidas, sobre todo cuando se integraron con los centros de tratamiento intensivo. De esa estirpe salieron valores como Norris Surraco, Juan Carlos Bacigalupi, Jorge Assandri, Pedro Lorenzo Aleppo, Héctor Tosi y Maruja Hortal, su esposa, trabajando en las investigaciones virales, Joaquín Galiana, Walter Pedreira, José Russi Cahill o Felipe Schelotto, el actual Decano de nuestra Facultad y Profesor de Bacteriología y Virología, que también lo tuvo a Peluffo como Profesor en su tiempo.

Amó la tierra, plantó árboles, cortó leña, condujo su auto (obviamente que sin permiso), leyó con pasión omnívora, disfrutó de la vida ayudando a los demás, alumbrando los caminos. Más de cuarenta generaciones de médicos aprendimos con él los fundamentos de la Bacteriología, pero sobre todo la metodología científica y la epistemología, en su Cátedra.

Muchas gracias, Maestro, por tanta vida generosamente compartida. Fue un hombre recto y justo, consagrado a la ciencia, que cultivó sin estridencias, con humildad y con humor. Un auténtico estimulo y ejemplo para todos. Ahora que pasó a la Eternidad, debemos agradecerle, una vez más, por sus enseñanzas y la riqueza de su enseñanza. Llegue a sus familiares, compañeros y amigos, la expresión de solidaridad ante esta irreparable pérdida, de una vida rica y vigorosa que dedicó a sembrar el bien a manos llenas. Que descanse en paz.

Dr. Antonio L. Turnes
7 de julio de 2009

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