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Dr. Walter Venturino

Las «bases científicas» de la Homeopatía (I)

En forma periódica aparecen, en los medios de comunicación, artículos o charlas sobre la Homeopatía a la que atribuyen un poder de curación sobre muchas enfermedades. A veces, los autores practican solamente esa disciplina; otras veces son, además, médicos con título otorgado por nuestra Facultad de Medicina; raramente alguno de estos últimos cumple funciones docentes en dicha Facultad. Justamente, el presente artículo se originó en la lectura de un trabajo aparecido en el Anuario, para 1996, del Banco de Seguros del Estado de nuestro país (p. 244); lo firma la Dra. María Silvia Peruggia, quien se declara Asistente de la Cátedra de Toxicología de la Facultad de Medicina y, además, dice tener formación homeopática. La intención de la autora en dicho artículo es prevenir contra los posibles efectos tóxicos de las llamadas plantas medicinales de nuestro país. Como el anuario del BSE está destinado al agro uruguayo y se reparte en un número aproximado a los cincuenta mil, el propósito de la autora es loable aunque no nos proponemos comentar esta parte del trabajo. De paso, la mencionada autora efectúa algunas consideraciones sobre la Homeopatía, a la que define como «una rama de la ciencia médica que trata las enfermedades mediante plantas, sustancias minerales o de origen animal». La Homeopatía fue creada a fines del siglo XVIII y principios del XIX por el médico alemán Samuel Hahnemann (1755-1843). Adquirió gran popularidad, en el siglo XIX, en los países del hemisferio norte (Europa y América) y, algo más tarde, en América del Sur. El desarrollo de la medicina moderna, de bases puramente científicas, hizo declinar la adhesión hacia la Homeopatía, aunque desde 1980 se nota un nuevo entusiasmo. Ignoramos si el Ministerio de Salud Pública o la Facultad de Medicina o el Sindicato Médico del Uruguay han llevado a cabo, alguna vez, un estudio crítico de la Homeopatía. Pero aunque ello hubiera sido ya realizado, creemos que vale la pena hacerlo actualmente dada la indiferencia con que el cuerpo médico nacional es testigo de ese resurgimiento y la adopción, por algunos médicos, de la Homeopatía como método alternativo de tratamiento. No vamos a introducirnos en las causas de esa adopción ni en la de otros tratamientos en la actualidad tan numerosos y tan en boga; eso está fuera de los límites de este artículo. Nuestra propuesta es analizar, con bases estrictamente científicas, los principios en que se apoya la Homeopatía, a fin de que si algún joven médico piensa adoptarla y lee estas líneas, ejerza su libertad de elegir un poco más fundadamente.

Los principios de la Homeopatía. Análisis crítico

A. Naturaleza de la enfermedad. La enfermedad es una simple perversión de los poderes vitales frente a la acción de un proceso morboso. Por lo tanto, es un fenómeno absolutamente inmaterial que engloba a la totalidad de la persona. La enfermedad no puede ser abstraída del sujeto. La acción del médico debe dirigirse a cuidar que el organismo restaure espontáneamente esos poderes vitales, tratando a todos los pacientes con el mismo método.(12)

Comentario. Esta posición es una consecuencia del concepto que, en la época en que fue enunciada la Homeopatía, se tenía acerca de los mecanismos de la vida. Se creía en la energía vital -vitalismo- propia y exclusiva de los seres vivos, totalmente ajena a las energías física y química que sólo se aceptaban en el mundo inanimado. No se tenía la más mínima idea de los complejísimos fenómenos fisiológicos y fisiopatológicos de la salud y de la enfermedad, respectivamente. El vitalismo fue completamente desterrado de la biología en la segunda mitad del siglo XIX, aunque los homeópatas sigan aceptando la «energía vital». Por lo tanto, el mencionado principio de la Homeopatía no tiene, en el momento actual, ninguna validez.

B. Principio de los semejantes. Las enfermedades deben ser curadas por medicamentos, sean de origen animal, vegetal o mineral, cuya administración, en grandes dosis, a un ser humano produzca los mismos síntomas que la enfermedad. A título de ejemplo: en el estreñimiento se administra opio, carbón vegetal, etcétera.(11)

Comentario. Este principio de la Homeopatía tiene su origen en la Antigüedad, cuando se creía (y aún creen los astrólogos y sus seguidores) que los acontecimientos cosmológicos influyen en el ser humano en una forma absolutamente mística, que no tiene nada que ver con los hechos reales. Así, se inventaron la «ley de las signaturas» y la «ley de los semejantes». Las signaturas eran, en la medicina antigua, las denominaciones que se daban a ciertas particularidades de las plantas o de otras cosas, que, por semejanza, se tomaban como indicación de sus virtudes medicinales; así el color amarillo del azufre se consideraba señal de que esta sustancia era adecuada para el tratamiento de la ictericia; las hojas de hepática (pequeñas plantas pertenecientes al grupo de los musgos) se recomendaban por su forma de hígado para tratar las afecciones de ese órgano; se aceptaba que la mandrágora (hierba solanácea, es decir, del mismo grupo de las plantas de papa) poseía virtudes mágicas contra muchas afecciones humanas, pues su raíz, semejante a una zanahoria, es, a veces, bífida: en este caso recuerda a los miembros inferiores del ser humano. Tan grande fue el prestigio de esa planta que se la usó desde algunos años antes de la Era Cristiana hasta el siglo XVII. Posee una sustancia de propiedades parecidas a las de la atropina; por eso, en ciertas cantidades puede ser tóxica. La segunda ley mencionada («ley de los semejantes») pretendía establecer que ciertas sustancias eran consideradas como medicamentos pues, ingeridas por un ser humano sano, inducían síntomas similares a los de ciertas enfermedades y que, por lo tanto, debían curar a estas (se decía, abreviadamente, «los semejantes son curados por los semejantes»). En 1790, Hahnemann retomó esta idea (de ahí el nombre de Homeopatía, del griego hómoios, parecido; páthos, enfermedad) mientras traducía al alemán un Manual de Materia Médica (en lenguaje actual, conjunto de las sustancias de que se sacan los medicamentos) de origen inglés. Así, creyó ver una similitud entre las alteraciones que provoca la quina y los síntomas del paludismo. (La quina es la corteza del árbol de América del Sur llamado quinogén. Cinchona- conocida, desde 1633, como eficaz contra la fiebre palúdica.) Decidió experimentar en sí mismo la infusión de dicha corteza en fuertes dosis, dos veces diarias durante seis días; aparecieron síntomas que le recordaron al paludismo: temblores, enfriamiento de las extremidades, palpitaciones cardiacas, cefaleas, obnubilación. De aquí a aceptar y adoptar la «ley de los semejantes» sólo mediaba un paso. Bastó lo dicho para que, como segunda etapa de su estudio, Hahnemann pidiera colaboración a diversos colegas para que se administraran diversas sustancias, tóxicas o no y anotaran los síntomas experimentados. Como tercera etapa administró cada una de esas sustancias a pacientes que presentaban síntomas que él consideró similares a los provocados por los medicamentos. En los seis días que duraron esas experiencias, se comprobó, a menudo, que las esperadas curaciones terminaban en agravaciones y aun comas; recordemos que entre las sustancias administradas se encontraban arsénico, mercurio, antimonio, etcétera, con las cuales no se juega. (En favor de Hahnemann, debemos decir que tenía, como se ve, conocimientos del método científico aunque este no fuera usado del modo más conveniente; la época lo disculpa.) La falacia del «principio de los similares» reside en dos puntos. En primer lugar, Hahnemann, que murió en 1843, no podía conocer la etiología del paludismo, el protozoario llamado Plasmodium, descubierto por Laveran, en Francia, en 1880. La razón de que la quina produzca un descenso de la temperatura en el palúdico y pueda curar la afección, reside en que ese medicamento es tóxico, en dosis terapéuticas, para el Plasmodium y anula a este, por lo menos temporalmente. En segundo lugar, si la administración de quina genera síntomas parecidos a los del paludismo, lo hace en dosis tóxicas para el hombre, muy superiores a las que se emplean contra la enfermedad. En suma, «el principio de los similares» no tiene, tampoco, fundamento científico. Para completar un ejemplo antedicho, en el estreñimiento se emplean «semejantes» como el opio y el carbón vegetal que son constipativos intestinales. Pero al mismo tiempo se indica, también, brionia y veratrum,(11) plantas cuyos alcaloides respectivos -brionina y veratrina- poseen propiedades catárticas. Estas contradicciones escapan a nuestra comprensión. Además, en el «principio de los semejantes» se halla implícito otro problema: los medicamentos homeopáticos, para curar una enfermedad, deben ser capaces de producir los mismos síntomas que dicha enfermedad. Por tanto la persona que practica la Homeopatía debe conocer muy bien la Semiología para que, mediante un largo interrogatorio, (8) llegue a conocer todos los síntomas del paciente. Y eso, según sabemos los médicos, no siempre es fácil. ¿Lo será para los homeópatas no médicos? ¿Qué formación clínica tienen esas personas? Por otra parte, la interpretación de los síntomas y el hallazgo de sus causas así como la realización de exámenes físicos y paraclínicos -claves de la medicina científica- no parece preocuparles. En suma, desde este punto de vista, el panorama es más que incierto. Otro punto que llama la atención de la práctica homeopática es el empleo de ciertos textos como guía terapéutica. Específicamente, nos queremos referir al que figura como (11) en la reseña bibliográfica de este artículo. Es una reedición, en 1992, de un libro aparecido en 1845. Ese libro contiene una nosología que ni siquiera es adecuada a aquella época; en efecto la diabetes, por ejemplo, se define (p. 79) como una «enfermedad» caracterizada por un aumento considerable y alteración manifiesta de la «secreción de la orina con sed viva y enflaquecimiento progresivo», ignorándose que ya en 1815 el francés Chevreul había identificado el azúcar en la orina de los diabéticos como glucosa. Por otra parte, para su tratamiento se emplea belladona, plata, carbón vegetal, ácido fosfórico, Scilla (¿cebolla albarrana de propiedades diuréticas?) y Ledum (cuya naturaleza ignoramos). El solo ejemplo de ese libro bastaría para rechazar todo el edificio de la Homeopatía actual. Finalmente, el término Homeopatía ha originado que a la medicina científica se la denomine Alopatía (del griego allos, otro), como método terapéutico consistente en emplear medicamentos que producen, en el estado sano, fenómenos distintos de los que se observan en las enfermedades que se trata de combatir. Así las cosas, parecería que contraponiendo las denominación, se pretende considerar en pie de igualdad a la Homeopatía y a la medicina científica. Esto puede haber sido adecuado en la época en que se creó la primera pero jamás desde la mitad de siglo XIX en adelante.

C. Principio de las diluciones. Los medicamentos homeopáticos deben ser admininistrados en forma muy diluida en agua destilada o en agua-alcohol y tanto más diluida cuanto mayor (sic) acción terapéutica se desee.

Según el caso, un mismo medicamento se puede administrar en diversas diluciones. Las diluciones se preparan en forma progresiva y cada una es cien veces más diluida que la anterior; por eso se les llama «centesimales hahnemannianas» y se designan con la sigla cH. Para la primera dilución, se mezcla una parte de la sustancia en 99 de agua o de agua-alcohol: es la dilución cH1 y corresponde a 1/100. Luego se toma una parte de cH1 y se diluye, otra vez, en 99 partes del solvente: es la dilución cH2 y corresponde a l/10 000. Se toma una parte de cH2 y se diluye, nuevamente, en 99 partes del mismo solvente: es la dilución cH3 que corresponde a 1/1 000 000. cH4 es una dilución de 1/100 000 000. Así se sigue hasta cH200 que equivale a 1/(1 seguido de 400 ceros): es la máxima dilución,(8) aunque la máxima dilución más corriente sea cH30. Esas diluciones son ingeridas por el paciente, en forma de gránulos, gotas o infusiones o aplicadas exteriormente como trituraciones, pomadas, etcétera.

Comentario. Es probable que este principio fue adoptado al observarse los nefastos resultados, antes descritos, obtenidos por Hahnemann con las altas dosis. La irrealidad del mismo reside en un hecho básico: en la época en que fue creada la Homeopatía, recién se daban los primeros pasos en el conocimiento de la estructura atómica de la materia. En efecto, por un lado, ese principio sólo puede haber sido enunciado suponiendo que la materia es divisible indefinidamente; en otras palabras, ignorando que la materia está formada por átomos, es decir partículas indivisibles. El atomismo que, planteado por el griego Demócrito en el año 430 a. de J.C. basándose puramente en razonamientos, y apoyado por el poeta romano Lucrecio 500 años más tarde, encontró su primer apoyo experimental en 1662 cuando el inglés Boyle estudio la compresibilidad del aire y dedujo que ello era posible porque ese gas estaba formado por pequeñísimas partículas inmersas en el vacío. Es recién en 1797 (por tanto en vida de Hahnemann) que el francés Proust estableció que una sustancia compuesta está formada por sustancias simples, siempre en las mismas proporciones («ley de las proporciones definidas»). Y un inglés, Dalton, formuló en 1803 la «moderna teoría atómica», basándose en la ley de Proust. En 1809, la confirmó el francés Gay-Lussac al establecer, para los gases, la «ley de la combinación de volúmenes». Más arriba dijimos que Hahnemann inició sus trabajos en 1790 en que se ignoraban los átomos; pero estos fueron confirmados, según terminamos de ver, pocos años después. Por tanto, ni Hahnemann ni sus seguidores demostraron poseer una información científica adecuada a la época. Pero, por otro lado, y dentro del mismo tema, señalemos otro dato capital. Cada sustancia, sea simple o compuesta, en estado puro, tiene su peso molecular característico. Si de cada sustancia tomamos un número de gramos igual a cada uno de los pesos moleculares, resulta que esas diferentes cantidades tienen el mismo número de moléculas, número que equivale a 602 000 trillones (602 000 000 000 000 000 000 000). Es el número compuesto por 24 dígitos, previsto por el italiano Avogadro, en 1811, calculado con exactitud más adelante en el siglo XIX, por el austriaco Loschmidt y confirmado plenamente en el siglo XX. Obsérvese que si hacemos diluciones según las reglas homeopáticas, al cabo de 12 diluciones (cH12) no nos quedará ninguna molécula (a lo sumo y por casualidad sólo una) de las sustancias que diluimos (cada dilución equivale a quitar dos dígitos al número de Avogadro). Como las diluciones por encima de cH12 son muy comúnmente usadas, resulta que gran parte de los medicamentos homeopáticos no tienen absolutamente nada de la sustancia que la etiqueta del recipiente dice tener; en otras palabras, como el excipiente que se usa para hacer los gránulos y gotas está formado por agua -o agua-alcohol- y un azúcar -lactosa o sacarosa- los mencionados gránulos sólo tienen un azúcar, pues el agua se evapora, o sólo agua y azúcar en las gotas. Un periodista científico francés ingirió, como prueba, 800 gránulos de arsénico blanco (el «veneno» por excelencia, As2 O3), incluyendo todas las diluciones que existen en el comercio homeopático, sin experimentar ninguna molestia. En cuanto al postulado según el cual cuanto mayor es la dilución mayor es el efecto terapéutico, diremos que él está reñido con la más elemental lógica. Si bien no está totalmente aclarado el mecanismo de la acción de los medicamentos convencionales, la mayor parte de las teorías al respecto toman como base la ley de acción de masas.(4) Es decir, que en eso juegan: la cantidad de medicamento, la cantidad de receptores celulares sobre los que se fija el medicamento y la cantidad del complejo medicamento-receptor formado. Más aún, las perspectivas cercanas de la Farmacología son sumamente prometedoras. Por ejemplo: las plantas, bajo una interpretación científica rigurosa, pueden ser fuente casi inagotable de nuevos fármacos; ahora se pueden proyectar medicamentos a la medida; la química combinatoria nos ofrece, en forma rápida, las diferentes configuraciones en que puede aparecer un conjunto de moléculas, lo que se ve acrecentado si se recurre a la simulación por ordenador y al diseño racional de sustancias terapéuticas, etcétera. Para los médicos que no poseemos la especialidad de la Farmacología y también para los homeópatas, recomendamos, a este respecto, la lectura de la referencia. (7) En suma, el principio de las diluciones es pura fantasía.

D. Principio de la sucusión. Los medicamentos diluidos adquieren sus propiedades homeopáticas, se «dinamizan» si entre dilución y dilución, se sacuden (no se revuelven) fuertemente cien veces, sobre una superficie absorbente (sic) de la consistencia de una palma de mano; a esta operación, los homeópatas le aplican el viejo término médico de «sucusión». A mayor dilución y más amplia sucusión, más grande es el efecto terapéutico.(12)

Comentario. Para que el medicamento o casi cualquier sustancia, según es bien conocido, tenga algún cambio en sus propiedades, es necesario que experimente ciertas modificaciones. Éstas pueden ocurrir: a) En la relación existente entre sus moléculas; tal sucede con el agua, según esté congelada, o líquida o vaporizada; con el carbono, según se presente como grafito, como diamante o como fulereno, etcétera. b) A nivel de los electrones que componen los átomos; así ocurre cuando se combinan dos átomos, sea para formar una molécula de la misma sustancia, sea para formar una molécula de una nueva sustancia. También, cuando un átomo fluorescente recibe un haz de luz, los fotones ceden su energía a un electrón y este pasa a una órbita más externa: pero enseguida ceden dicha energía volviendo a la órbita primitiva y emitiendo luz. c) A nivel del núcleo atómico y entonces entramos en el terreno de la radiactividad y de la energía nuclear. Nada de lo mencionado se logra, casi nunca, por simple sacudimiento. Hay pocas sustancias que se modifican por golpes leves, como ejemplo recordemos la nitroglicerina y el fulminato de mercurio o de plata que, al igual que el hidrógeno, son explosivos por su extraordinaria facilidad para combinarse bruscamente con el oxígeno del aire. Por tanto, el principio de la sucusión tampoco tiene validez científica. Quizá, la creencia en la sucusión sea una reminiscencia de la transmutación alquimista de los elementos. No se nos ocurre otra explicación. (Continuará.)

Referencias bibliográficas

1 BENEVISTE, J., citado por Science et Vie, Francia, 1997, núm. 955.
2 BENEVISTE, J. et al., Théorie des hautes dilutions et aspects espérimentaux, Polytechnien, 1996. Citado por Science et Vie, Francia, 1997, núm. 955.
3 BERGMANN, J.F., citado por Science et Vie, Francia, 1995, núm. 248.
4 GOODMAN y GILMAN, Las bases farmacológicas de la terapéutica, Ed. Médica Panamericana, México, 1991.
5 HAGGARD, H., El médico en la Historia, Sudamericana, Buenos Aires, 1941.
6 HOMEOPATHIC EDUCATIONAL SERVI-CES, 2124B, Kittredge St. Berkeley, CA 94704. Publicado por Internet, setiembre de 1997.
7 «Los nuevos fármacos», Investigación y Ciencia, España, 1997, núm. 254. (Todo el número dedicado a este tema.)
8 KLEIJNEN, J. et al., «Clinical trials of homeopathy», British Medical Journal, 1991, 302:516-518. Publicado (resumido) en Internet, setiembre de 1997.
9 Mundo Científico, España, sección Ciencia y Sociedad, 1997, núm. 175.
10 REILLY, D. et al., «Is evidence for homeophaty reproductible?», Lancet, 1994, 344:1601-1604.
11 RUOFF, A.J.C., Guía del homeópata, Edicomunicación, Barcelona, 1992. (Reedición de la obra publicada en 1846.)
12 SANDOW, N., publicado por Internet en setiembre de 1997, s/d.
13 «Homéopathie. Le retour des fausses preuves», Science et Vie, Francia, 1997, núm. 955.

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