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Paulina Luisi 

La pícara naturaleza de una pionera 

El protagonismo en la historia hasta hace un tiempo era cosa de hombres. Ellos la hacían. Ellos la escribían. Un largo velo no se ha descorrido aún de manera suficiente sobre el rostro femenino de la libertad y el progreso. Cuando uno se pone a hurgar, con notorias dificultades, sobre datos acerca de Paulina Luisi, una de nuestras primeras feministas (y algo más), debe apelar a bibliografía bastante reciente, apoyada en una forma plural de narrar.

por Fernando Beramendi

En la Biblioteca Nacional se pueden encontrar varios de sus escritos acerca de sus multifacéticas especialidades, pero para acceso a todo público hay sólo una pequeña biografía extraída de un inexistente volumen llamado Uruguayos contemporáneos publicado en 1937 (trece años antes de la muerte de Paulina), del biógrafo Arturo Scarone. Esto habla sobre las amnesias de nuestra historiografía oficial.

La sola enumeración de los hechos en la vida de Paulina Luisi (nacida en 1875) alcanza para asombrar al lector más avezado.

No satisfecha con haber sido la primera mujer uruguaya que obtuvo el título de médica –en cuyo registro el secretario Juan Andrés Ramírez escribía «siendo exonerada del pago de derechos por resolución del Consejo Universitario (fecha: marzo 11 de 1908), como premio a las condiciones de inteligencia y carácter reveladas durante sus estudios»–, estuvo comprometida en la causa sufragista, en la creación de organizaciones sociales y sindicales de mujeres, afiliada al Partido Socialista, fue denunciante de la trata de blancas y de menores y defensora ferviente de la causa de la República española

Fue también precursora en difundir los temas de la educación sexual, enfrentada al discurso hipócrita de la época y sin afanes de notoriedad.

Resulta de especial interés el ensayo de la historiadora Graciela Sapriza, Clivajes de la memoria: Para una biografía de Paulina Luisi, que obtuviera Mención en el Concurso de Biografías y Ensayos «Uruguayos Notables» de la Fundación Banco de Boston.

La autora señala que Paulina vivió en lucha contra su ambiente misógino, aldeano y chato. «Si el tedio de la vida de Montevideo, no me cambia las intenciones le diré que no pienso hacer mucha vida activa en política», escribió Paulina Luisi a su amiga Sara Rey en 1933.

Más adelante, Sapriza indica: «La veta transgresora de Paulina afloró a medida que fue asumiendo compromisos que la enfrentaron a la desventaja de ser mujer. Maestra y primera médica del país, se involucró en la reforma social y por eso luchó contra el sexismo».

Hay una cita de Paulina Luisi, revisitada por Sapriza, que habla de su ingenio y ubicación en la época.

«En este país, que sin embargo es el mío, carezco de la autoridad requerida para hablar de asuntos serios, científicos o sociales, porque la pícara naturaleza no me concedió el privilegio de pertenecer al sexo masculino», ironizó durante una conferencia en el Sindicato Médico.


De su padre habría heredado los ideales emancipadores, la vocación por la enseñanza, y de su madre el gusto por el arte, la cultura, el amor hacia Europa.

Refiere Sapriza: «Ángel Luisi nació en Pisa en 1846, cursó estudios de Derecho en la Universidad pero los abandonó para enrolarse en las luchas clandestinas del Risorgimento. Fue compañero de Garibaldi en la Legión de los Vosgos que intervino en la campaña de Francia de 1870. Fue testigo de la experiencia de la Comuna de París. Un padre en fin, héroe de las luchas liberales y románticas de la época, las más importantes, las que alimentaron el imaginario de masones y socialistas de comienzos de siglo. Se podría aventurar que un padre con estas características predispondría a sus hijos –aun siendo mujeres– para emprender acciones liberadoras de largo aliento».

«Las Luisi», como las llamaba el ambiente de la época, se destacaron por su independencia. «Y eso fueron Paulina y sus hermanas, Clotilde la primera abogada, Luisa una poeta destacada, Inés también médica, Elena y Anita maestras. De tal forma que se convirtieron en el paradigma de la mujer emancipada y así quedó signado en la memoria de sus contemporáneas.»

El haber sido la primera doctora recibida en el Uruguay marcó su espacio en el escenario. Fue una victoria sobre los prejuicios de sus propios compañeros estudiantes y de una sociedad que se alarmaba porque una mujer viera a los hombres desnudos. A propósito, Sapriza recoge lo siguiente: «Primera médica cirujana. Especialista en enfermedades de señoras, niñas y partos. Al regreso de Europa, ha reanudado sus tareas profesionales. Telefónica uruguaya. Avenida de La Paz 1826».

El aviso profesional publicado en la revista Página Blanca de 1921 denota el orgullo de una mujer por haber conseguido lo que se había propuesto. Y un detalle no menor: vivía sola en una casa que le servía de consultorio y al tiempo era sede del Consejo Nacional de Mujeres.

Hablando de las condiciones de la mujer en su época, decía Paulina: «La educación femenina, lejos de despertar y desarrollar el sentimiento de la personalidad, tiende por el contrario a aniquilarlo en obsequio de la más o menos posible realización social de mujer casada, es decir, de ser humano obligado por las leyes y costumbres a un perfecto renunciamiento de sus anhelos y sus ideas ante la personalidad de otro ser a quien debe obediencia y respeto...».

Sapriza señala en ese capítulo de la vida amorosa que los uruguayos hemos solido ocultar: «Para una médica y feminista fue difícil encontrar a sus pares en un país patriarcal y misógino». Quizá allí radique la versión de que Paulina habría mantenido una liason sentimental en el exterior. Sus continuos viajes alimentaron las fantasías de sus contemporáneas/os, aunque existen indicios que las confirman. Una entrevista de la revista Caras y Caretas de 1921, las cartas dirigidas a Paulina en términos amorosos guardadas en el Archivo General de la Nación y el obituario que publicó en 1928. En las entrelíneas del interview a la «leader feminista» se filtra un acento admirativo hacia Magalhaes Lima, el ministro de Relaciones Exteriores de Portugal, lo que podría representar el coup de foudre que inició esta relación.

Pero más adelante Sapriza agrega: «El psiquiatra Santín Carlos Rossi –a quien algunos contemporáneos señalan como el ‘amor secreto’ de Paulina– se refirió a ‘Ella’ con mayúscula frente al público que colmaba la sala...».

Realizó un reconocimiento público que quizá alimentó la comidilla posterior: «No quiero hacer tu biografía aunque sería el más obligado a ello de entre todos los que te rodean hoy, porque os vengo siguiendo y admirando desde hace veinte años, cuando empezabais a conquistar el respeto de la Facultad de Medicina para la mujer. Yo podría decir cuánto hay de grande, de noble y de puro en vuestra vida atormentada e inquieta, podría mismo hacer una verísima semblanza vuestra en que apareceríais mucho más mujer, mucho más femenina, con mayor gracia y delicadez de sentimientos que algunas damas domésticas que os alejan del sexo, pero el momento no me seduce. Prefiero dejaros desconocida en este aspecto...».

Entre las fotografías que guardó Paulina, muchas son de este médico psiquiatra, director del Departamento de Higiene Escolar, donde Paulina dictaba su cátedra.

Durante su fecunda vida Luisi ocupó numerosos cargos, representó al Uruguay en misiones y eventos internacionales. Viajó a ellos en algunos casos enviada por el Gobierno, las instituciones de enseñanza y cultura, el Ministerio de Instrucción Pública, el Consejo de Enseñanza y la Facultad de Medicina. Siempre ad honorem, sin recibir viáticos.

Unió su vocación de médica y feminista y se preocupó por los aspectos sociales de su profesión. Algunos de sus escritos fueron muy bien conocidos en los medios europeos, en los cuales gozó de sólido prestigio.

Fue profesora de la Escuela Normal de Mujeres y de Enseñanza Secundaria, jefa de la Clínica Ginecológica de la Facultad de Medicina (1909) y profesora de Higiene Social y Educación Profiláctica en la Escuela Normal.

Catedrática de conferencias de Higiene Social para Magisterio, cargo creado especialmente para ella, para introducir en el Estado las cuestiones relativas a enseñanza y educación sexual (1925-1930).

Fue también la primera mujer latinoamericana en concurrir en representación de un gobierno a la entonces llamada Liga de las Naciones y delegada del gobierno en la Comisión de Protección de la Infancia y la Juventud y contra la trata de mujeres y niños (1922-1932).

Asimismo fue representante gubernamental del Uruguay ante la iv Conferencia Internacional del Trabajo. Allí propuso un plan de estadísticas de los inmigrantes que fue aprobado, abogó por la represión de la trata de mujeres y presentó una moción que fue votada por 12 países.

Su relevante personalidad hizo que en 1920 las mujeres portuguesas la eligieran delegada al Congreso de Cristianía.

Activista por la paz mundial, también concurrió a la Conferencia Internacional sobre el Desarme, a la cual sólo asistieron cinco mujeres de todo el mundo (1932).

Fue la única mujer en la ii Asamblea Extraordinaria de la Liga de Naciones por el conflicto chino-japonés (1932).

Y así se podría seguir con una larga lista sobre infancia, higiene mental, criminología, abolicionismo y moralidad pública.

Abordó primordialmente cuestiones de sociología e higiene social y educación referidas al tratamiento de la prostitución. Fue especialmente incisiva en este tema, exhortando a todas las mujeres a tener una singular mirada hacia quienes llamó «nuestras hermanas».

Autora de múltiples ensayos, entre los que resaltan sus homenajes a Henry Bar-busse, Jean Jaurès y Baltasar Brum, su «Mapamundi sobre los derechos políticos de las mujeres» publicado en volantes en 1930 y su defensa de la República en «España heroica».

Fue directora y redactora de la revista Acción Femenina y una decidida opositora a la dictadura de Gabriel Terra. Se negó a integrar cualquier comisión de la Cámara de Diputados y alguna misión internacional, para marcar su «posición de absoluto repudio al régimen vigente en que la coloca su conciencia ciudadana y le impide toda participación en sus gestiones».

A pesar de haber luchado por los derechos políticos de la mujer, rehusó ser candidata a la diputación en las primeras elecciones en que la mujer uruguaya pudo votar.

Singularidad de una vida singular. Coherente. Auténtica hasta las últimas consecuencias, se desligó incluso de las otroras organizaciones feministas cuando estas perdieron su faceta más combativa.

Y por si fuera poco, ayudó a fundar dos sindicatos: la Unión de Telefonistas y el de Costureras de Sastrerías.

Una vida intensa que se apagó a los 75 años, en 1950, en Montevideo. Una capital que la entendió agrisadamente, como ha solido hacerlo con sus mejores hijos.

Valga el ensayo de Graciela Sapriza para ayudarnos a recuperar los ricos tonos de una –parafraseando a Antonio Larreta– de las «maravillosas» uruguayas.

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