"Luis Piñeyro del Campo
Caridad y Dignidad"

Introducción

Luis Piñeyro del Campo (1853-1909) había sido, hasta la aparición de este libro, un personaje oriental muy nombrado pero escasamente conocido.

Nacido en Montevideo el 15 de agosto de 1853, el penúltimo de nueve hijos, siendo su progenitor inmigrante gallego, don Francisco Piñeyro Blanco, natural de Pontevedra, establecido como comerciante en Montevideo, y del segundo matrimonio de él con la hija de otro gallego, doña Dorotea del Campo Martínez, cuyo padre Benito del Campo era natural de La Coruña. Fue educado en nuestra ciudad y a los diez años enviado a Santa Fe (República Argentina) para su educación en el Colegio Inmaculada Concepción de los Padres Jesuitas, reabierto poco tiempo antes. Tuvo allí, entre sus compañeros uruguayos, a otros niños que alcanzarían descollante relevancia en la vida de la joven República Oriental: Mariano Soler, Juan Zorrilla de San Martín y su primo Alejandro, Ricardo Isasa, Nicolás Luquese, Jacinto de León. Sus condiciones excepcionales para el estudio y la amistad fueron reconocidas tempranamente por sus maestros y compañeros, y sus aptitudes poética y literaria serían requeridas para los fraternos encuentros de los egresados, en los grandes aniversarios. Luego pasará a Santiago de Chile, para estudiar Derecho en la Universidad Nacional, centro de excelencia en la época, por su escuela de abogados, siendo compañero otra vez de Juan Zorrilla de San Martín y Carlos Berro, hijo del presidente de la República Bernardo P. Berro. También sería compañero de aulas de Germán Riesco Errázuriz, futuro Presidente de la República de Chile (entre 1901 y 1906). Regresa al país en 1874, y se gradúa de abogado en nuestra Universidad de la República en 1878, realizando sus primeras armas como profesional en estudio propio y ajeno.

En 1887 es designado primer Catedrático titular de Derecho Romano de la Facultad de Jurisprudencia uruguaya, cargo que desempeñaría por más de veinte años con particular destaque, haciendo en 1905 la primera publicación nacional sobre esa materia. En 1889 es cometido para dirigir, junto a otros destacados hombres del Derecho, los trabajos de reimpresión, corrección y complementación de nuestro Código Civil. El 18 de julio de 1906 participa en la oratoria, en representación de los profesores, en ocasión de la colocación de la piedra fundamental del edificio de la Universidad que hoy conocemos.

Casado en mayo de 1887 con doña Cora Bernardina Carve Urioste, ésta fallece ocho años después, en diciembre de 1895, en ocasión del parto de su séptimo y último hijo. Esta circunstancia, que agobia el corazón de su esposo, le lleva a escribirle cartas, durante cuatro años, una forma de elaborar y sublimar el duelo. Ellas constituyen un verdadero diario íntimo, por el cual pueden seguirse las vicisitudes de la familia, del país y del protagonista. No contraerá nuevas nupcias y vivirá con su esposa eternamente en el recuerdo, consagrado a obras de caridad, a la educación de sus hijos y al servicio del País.

Fundador del Partido Constitucional en 1881, integra el primer gabinete del presidente Juan Idiarte Borda, en 1894, como Ministro de Relaciones Exteriores, renunciando en agosto de ese mismo año, a causa de un planteo suyo de investigar denuncia por malos tratos en establecimientos militares, cuando un soldado escapó de su cuartel y buscó asilo en la Legación Argentina. El Canciller, “hablando del incidente en uno de los acuerdos de gobierno, se refirió a la leva, como procedimiento de remonta y a la precaria situación de los soldados, agregando que en tales condiciones el Ejército tenía que remontarse entre forzados y criminales. Bastó esa crítica, expuesta en forma suave y moderada, para que el Presidente pronunciara un “no permito”, que en adelante debía establecer y estableció el silencio, la uniformidad de opiniones en los acuerdos gubernativos.” Tal lo relatado por Eduardo Acevedo, en sus Anales Históricos del Uruguay. El Dr. Luis Piñeyro del Campo, hombre de altos valores cristianos y una elevada dignidad envió en el acto renuncia indeclinable de su cargo. Dirigió al mismo tiempo, según narra el mismo historiador, una carta personal al Presidente, “en la que se refería a las palabras que había pronunciado en el acuerdo, palabras, decía, que no daban motivo suficiente para que el Presidente, levantando la voz y con ademán duro, increpara al Ministro, diciéndole que estaba ofendiendo la dignidad de las armas nacionales y le previniera que no le permitiría continuar expresando cargos semejantes”. Idiarte Borda le envió una extensa carta, la que muestra las relaciones que se permitían en esa época, de respeto y reconocimiento a pesar del grave incidente. La carta, conservada celosamente en el archivo familiar, ha sido exhumada por el autor de la biografía, lo que constituye un documento altamente valioso.

En julio de 1895 integra la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública, en una etapa fecunda y laboriosa que se prolongará hasta 1907, ocupando diversos cargos, en dicha Comisión, y en las Comisiones Delegadas del Asilo de Expósitos y Huérfanos, y luego en la Comisión Delegada del Asilo de Mendigos y Crónicos. Luego de muchos años de esa fructífera tarea, como presidente de la Comisión Nacional de Caridad le corresponde presentar un trabajo señero: “Apuntes sobre la Asistencia Pública de la República Oriental del Uruguay”, para exponer ante el II Congreso Científico Latinoamericano, cuya delegación integró junto a Joaquín de Salterain, Manuel Quintela y Francisco García y Santos. Más tarde, en 1907, publicaría el libro “Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública: Sus Establecimientos y Servicios en 1905”, para presentar al III Congreso Médico Latino-Americano, que merecería elogiosos comentarios del presidente de la Corporación, el Dr. José Scoseria, y de la prensa de la época.

En las revoluciones de 1897 y 1904, tomó parte activa en el apoyo sanitario a los heridos.
En la primera, bajo la presidencia de Idiarte Borda, luego de la batalla de Arbolito, debió dirigir la expedición a Melo para prestar asistencia a 90 heridos: “Las actuaciones de la Cruz Roja y de la expedición dirigida por Piñeyro del Campo, que brindaron asistencia por igual a heridos de ambos bandos, no conformaron plenamente al Gobierno. Por decretos del 21 de abril y del 6 de mayo de 1907, Idiarte Borda desplazó y luego cesó a la Comisión Nacional de Caridad”. Diría el propio Piñeyro del Campo: “El Gobierno ha pagado nuestros servicios en la asistencia de heridos, dándonos una señal, que no le merecemos confianza, y ha pretendido humillarnos, poniéndonos bajo la dependencia de una Comisión de 24 miembros, incondicionales suyos en gran parte, con los cuales ha ordenado la integración de la Nacional para aquellos efectos. La Comisión, por moción mía, ha resuelto mantenerse en su puesto, pero declinar el cometido para el cual se la integró, salvando así su decoro y mirando por los intereses de la Beneficencia Pública. Hoy se ha pasado la nota, redactada por el Dr. Carlos M. Ramírez, en la cual respetuosa pero firmemente, se declina el cargo.” “La nota fue pasada al Ejecutivo el 4 de mayo. Éste, sin destruir ninguno de nuestros fundamentos, nos destituyó a toda la Comisión, por un Decreto muy pobre del 6 de mayo.”
En la segunda, designado por don José Batlle y Ordóñez para integrar la Junta Central de Auxilios, única autorizada para brindar asistencia a los heridos de ambos bandos, bajo la presidencia del Dr. Pedro Figari, le correspondió dirigir dos expediciones, de las catorce que la integraron: la número cinco, luego de la batalla de Fray Marcos, y en especial, la número catorce, luego del combate de Tupambaé, el más sangriento de todos los enfrentamientos de esa Guerra. En medio de esta tarea, recibe un cambio de las órdenes iniciales del Presidente Batlle, indicando que los heridos del bando revolucionario debían ser trasladados a Montevideo, en condiciones de prisioneros de guerra, tomando Piñeyro del Campo una difícil y penosa resolución: dividir la expedición, dejando parte de ella en Melo y acompañando, junto al médico Dr. Luis P. Bottaro, a los heridos del lado rebelde, hasta entregarlos en lugar seguro para sus vidas y su libertad, en la ciudad brasileña de Bagé. Por esa época, ya estaba vigente la Primera Convención de 1864, que comprendía el Convenio de Ginebra para el mejoramiento de la suerte que corren los militares heridos en los ejércitos en campaña. Dicha Convención, elaborada por Henry Dunant (1828-1910) generó la creación de la Cruz Roja Internacional, y le hizo acreedor al Premio Nobel de la Paz de 1901, junto con Frédéric Passy. Dunant había presenciado el 24 de junio de 1859 la batalla de Solferino, entre los ejércitos austríaco y franco-piamontés, que había dejado 38.000 heridos, agonizantes o muertos en el campo de batalla, sin intentos para proveerles ayuda, un verdadero desastre humanitario.

Siendo integrante de la Comisión Nacional de Caridad, debería vivir la época en que el gobierno de José Batlle y Ordóñez tomaría intervención en la secularización de los Hospitales, retirando las imágenes religiosas, y provocando un hondo debate en el que habría de intervenir en forma destacada José Enrique Rodó, con su artículo “Liberalismo y Jacobinismo – La expulsión de los Crucifijos”, publicado a partir del 5 de julio de 1906, seguido de una serie de artículos (las Contrarréplicas) en el periódico montevideano “La Razón” , en su histórica polémica con el liberal Dr. Pedro Díaz. Más tarde el conjunto de estos escritos de Rodó tomaría forma de libro.

En marzo de 1908 viaja a París, acompañado de su hija mayor, María Angélica Piñeyro Carve, recién casada con el médico Dr. José Pedro Urioste Lema quien realizaría varios cursos de especialización en diversos hospitales de la capital francesa. Recorre diversos países: la propia Francia, Inglaterra, Bélgica, Suiza e Italia. Mantiene una audiencia familiar con el Papa Pío X, en el Vaticano. En 1909 programa un largo viaje por Europa Oriental y Lejano Oriente, incluyendo Egipto, Palestina, India, China y Japón, acompañado de su colega y colaborador en la Cátedra el Dr. Samuel Arcos Ferrand, debiendo interrumpirla por razones de salud y retornando a París donde fallece el 21 de agosto de 1909. Sus restos mortales retornarán el 4 de octubre de 1909 a Montevideo, tributándosele honores de Ministro de Estado, siendo velado en el Hospital de Caridad, y recibiendo cristiana sepultura en el Cementerio Central, en medio de expresiones de congoja popular.

El 12 de noviembre de 1922, siendo presidente de la República el Dr. Baltasar Brum, y director de la Asistencia Pública Nacional el Dr. José Martirené, se designa al Nuevo Asilo con el nombre del “Dr. Luis Piñeyro del Campo”, para recoger en su actual emplazamiento al Asilo de Mendigos y Crónicos, en honor a los servicios prestados por el homenajeado, durante doce años, a la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública.

Su actividad volcada a la docencia, al servicio a la Nación, y a la Filantropía, sería con los años poco recordada, entrándose en la confusión de su profesión, aún por figuras relevantes del quehacer nacional.

Define el Diccionario Autoridades de la Real Academia de la Lengua Española, de 1726, que Charidad es: Virtud Theologál, y la tercera en el orden. Hábito infuso, qualidad inherente al alma, que constituye al hombre justo, le hace hijo de Dios, y heredero de su Gloria. Viene del griego Charitas. [Pronúnciese la ch como K]. En tanto que el Diccionario en su 22ª. Edición, de 2001, establece que caridad es: “1. En la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. 2. Virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión. 3. Limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados. 4. Actitud solidaria con el sufrimiento ajeno….”
Y respecto de dignidad, dice que es: “1. Cualidad de digno. 2. Excelencia, realce. 3. Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse… ” El lector podrá hallar en esta historia de vida, todas las acepciones aquí reseñadas. Luis Piñeyro del Campo fue la encarnación de esas virtudes. Pero no sólo de las denominadas teologales: fe, esperanza y caridad, sino también de las llamadas cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Es un verdadero modelo de hombre, ciudadano, esposo y padre virtuoso. Estaba adornado por todas ellas, en su mayor grado.

Su bisnieto, el Dr. Alberto M. Piñeyro Gutiérrez, cirujano destacado y dilecto amigo, tomó a su cargo con una mezcla a partes iguales de compromiso y pasión, la ímproba tarea, de iluminar la ilustre figura de Luis Piñeyro del Campo. Para ello durante muchos años reunió pacientemente rica documentación familiar: cartas, poesías, mensajes, actas, decretos, resoluciones, publicaciones en libros y prensa. Investigó en el Archivo General de la Nación, en la Biblioteca Nacional, en la antigua Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública y en las más diversas y valiosas fuentes, en el país y en el exterior. Ello le permitió analizar y ordenar la trayectoria, realizaciones, y características de la personalidad de este hombre ejemplar, que tanto hizo por la ayuda a los más desvalidos, niños, enfermos, heridos de guerra o ancianos, de nuestros pobladores, entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, presentándonos ahora este magnífico libro que permite reconstruir buena parte de esa noble vida virtuosa que llevó el biografiado. Para conocer en profundidad cómo supo encarnar su concepto de caridad y los ejemplos que nos ha dejado de su lucha por la dignidad de la persona humana.

El autor ha logrado plenamente su propósito: hacer que los documentos, las publicaciones, la correspondencia personal, y toda la riqueza de piezas originales aquí reunida, permitan conocer al biografiado por su propia voz. Recogiendo sus más hondos sentimientos, como si el propio don Luis Piñeyro del Campo nos hablara de su vida y sus contrastes, permitiéndonos así compartir sus alegrías y sus dolores. De esta manera hace que él salga de la oscuridad y el silencio. Logra así la magia de que su voz, acallada durante cien años desde que pasó a la vida eterna, recobre fuerza y nos haga vivir la historia de esa época tan difícil, pero tan rica en hechos y enseñanzas, ocultos a las miradas indiscretas.

Nos enorgullece que el autor de este libro, haya podido concretar tan magna obra. En la que volcó sabiduría, trabajo y auténtica pasión por develar los misterios que encerraba la historia de su ilustre antepasado. Porque hace justicia al biografiado y expone de forma objetiva y ampliamente documentada lo que fueron su vida, su trayectoria cívica ejemplar, su calidad humana, la hondura de la amistad y el afecto que supo recibir de sus compañeros y contemporáneos, coincidiendo o discrepando. Nos hace patente su profunda vocación cristiana de caridad, filantropía y por sobre todas las demás virtudes, la defensa de la dignidad, que llevó silenciosamente hasta extremos increíbles. Mostrando que la armadura moral de los hombres de valor es capaz de resistir el embate de los poderosos, que en diversos momentos y con pensamientos opuestos, procedían de igual manera ante el adversario en nuestras últimas Guerras Civiles. Con lo cual también nos permite valorar mejor sus conductas y la inconsecuencia e inconsistencia con los principios que decían defender.

La lectura de esta obra es un magnífico homenaje al centenario de la muerte de Luis Piñeyro del Campo, porque a medida que se conozca más de su vida, resplandece en su verdadera dimensión, la grandeza de su obra.

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