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Sobre responsabilidad médica

Señor Director:

Deseo referirme al tema Delitos de Responsabilidad Profesional en el ámbito del ejercicio de la profesión médica

Soy médico con 30 años de ejercicio profesional, dedicado totalmente a la anestesiología desde mi graduación y al tratamiento del dolor desde hace 15 años. Anestesiología es una especialidad en la cual el riesgo de fallas y complicaciones graves es muy tangible, y el tratamiento del dolor me vincula muy frecuentemente a pacientes que ya han recorrido todas las etapas de tratamiento de una enfermedad sin éxito, y buscan alivio, confort y comprensión en la fase final de sus vidas. Soy también médico legista, y he ocupado cargos docentes en la especialidad en la Facultad de Medicina. De modo que me siento altamente involucrado en el tema.

Lo que en un principio me pareció algo pasajero, una mención puntual como muchas se hacen a través de la prensa oral y escrita, y particularmente a través de la correspondencia de “Búsqueda”, ha tomado un cariz que en este momento me parece alarmante, dado el tenor de las cartas publicadas, que más que un deseo de llenar un hueco en el andamiaje jurídico nacional, parecen develar otro tipo de intenciones y deseos, más de venganza que de justicia a veces, más de ambición en otros.

Rápidamente recordemos que el Código Penal define al delito de responsabilidad profesional como culposo (sin intención) y generado por impericia, imprudencia, negligencia o violación de reglamentaciones. Para ese delito existen penas. Si hubo voluntad de generar el daño, el delito es de responsabilidad común y no tiene los atenuantes del delito culposo. Queda claro que eso que llaman “malpraxis” (prefiero llamarlo por su verdadero nombre: delito de responsabilidad profesional) es esencialmente un delito culposo. El código civil también establece que toda persona agredida tiene derecho a una indemnización por parte del agresor frente al daño sufrido. De modo que en nuestro país, cualquier profesional (médico o no, universitario o no) deberá responder civil y/o penalmente si su gestión configurase lo previsto por uno o ambos códigos.

Pero lo que llama la atención es la virulencia con la cual se está tratando el tema ya sea en el ámbito jurídico, como en el legislativo, como en el público. Como veterano que ya ha visto bastante de esta maravillosa profesión –luces , sombras y penumbras–, me permito volcar algunos conceptos que, por supuesto, pueden o no ser compartidos.

Lo que expongo a continuación no lo hago para justificar colegas que hayan actuado incorrectamente. Tampoco me opongo a una justificada demanda. Estrictamente lo hago para situar el razonamiento de los usuarios de los sistemas de salud en un contexto realista y pragmático. Que quede claro. Y además lo digo para que se tenga en cuenta antes de condenar a un médico. En suma: para poner los pies en el piso con la cabeza fría.

1- El médico es un producto de la misma sociedad que los demás ciudadanos. Los hay honestos, y los hay deshonestos en la misma proporción que entre los abogados, o los carpinteros, o las amas de casa. Como en una sección transversal de la sociedad, se encuentran la inmensa mayoría de buenas gentes y un puñado de no tan buenos, pero que no alcanza para descalificar al total. Uno o dos casos pasibles de ser caratulados como delitos de responsabilidad profesional no pueden generar una histeria colectiva. Se ha hablado desaprensivamente de “mafia blanca”. Eso es insultante. La “mafia blanca” es una idea delirante y novelesca. Los médicos no hemos adherido a un pacto tácito de encubrimiento mutuo. No olvidemos que cuando se somete a un médico a la Justicia, se lo hace en base a opiniones de otros colegas que obran como peritos de la parte acusadora, los jueces y los abogados no tienen los conocimientos suficientes para hacerlo. Incluso sucede lo contrario (Esculapio, en el siglo II decía a los jóvenes médicos algo que conserva plena vigencia: “Ni siquiera encontrarás apoyo entre los médicos, que se hacen sorda guerra por interés o por orgullo”.) No debe confundirse el gesto de modestia de no convertirse en juez de alguien que comete el mismo error que uno podría cometer, con integrar una sociedad mafiosa (delictiva) de mutuo encubrimiento.

2- Cada gesto o cada acto que se realiza, conlleva un riesgo. Si muchos han muerto cruzando una calle con luz verde, o por volar en avión, ¡cuánto más riesgo hay en ingerir un medicamento o someterse a un tratamiento médico! No existe ningún tratamiento médico o quirúrgico que carezca de riesgo real o potencial, no existe ningún medicamento carente de efectos colaterales indeseables (¡hasta los antialérgicos pueden provocar alergia!), no existe ningún aparato médico infalible. Si aplicamos al extremo el concepto de riesgo cero, no podemos ejercer la medicina.

3- El paciente debe asumir que los médicos no son dioses, son humanos, y se equivocan como cualquier otra persona. Y que los métodos de curación distan de ser infalibles. Por ello el contrato médico-paciente (Yo, paciente, pago. Yo, médico, curo) no debe ser de resultado, sino de intención. El médico no se compromete al éxito (no puede), sino a hacer todo el esfuerzo posible para lograr la curación. El paciente no tiene por qué depositar una fe ciega en su médico. Tiene el derecho y la obligación de informarse antes de consentir se le realice un tratamiento. Si no lo hizo y las cosas fueron mal, es también su responsabilidad.

4- Muy posiblemente por culpa de los propios médicos, de la industria farmacéutica y de los fabricantes de aparatos médicos de alta tecnología que prometen y prometen para vender panaceas más y más caras, percibimos que existe un cambio cultural (vinculado al culto, a la juventud y la belleza), caracterizado por el rechazo a aceptar la posibilidad de los achaques de la vejez y la muerte. Parece que hoy día, “con todos los adelantos que hay, nadie puede morirse”. Y lo mismo sucede con algo que todos los textos de medicina consideran: las complicaciones. Parece que hoy ya no se complica ninguna enfermedad, y ningún enfermo se muere salvo que el médico haya cometido un error.

5- Se podrá con toda justicia demandar a una institución de asistencia o a un médico, pero deberán tenerse en cuenta una serie de factores: a) El MSP, y las instituciones mutuales en su mayoría, no son organismos con fines de lucro, y además están pasando por una profunda crisis económica. No disponen –como cree un corresponsal de Búsqueda– de un capital con el cual responder demandas. El dinero para pagar al demandante, si es que aparece, saldrá de restringir la asistencia a los demás usuarios, o de los sueldos de los empleados. (Generando un fatal círculo vicioso mala asistencia-demanda.) Y si lo que se pretende es crear un fondo para cubrir demandas, sepa el Sr. Corresponsal que ello se hará a través del incremento de los impuestos y de la cuota mutual (¿está Ud. dispuesto a pagar?). b) Los seguros de responsabilidad profesional cuestan cifras que están por encima de lo que la mayoría de los médicos pueden pagar. El Seguro Colectivo del SMU cuesta U$S 800 anuales. De modo que los médicos responderán con sus bienes. Ahora bien: ¿qué bienes tiene un médico promedio en el Uruguay? ¿Y si los tuviera, no los pondría prudentemente a nombre de un tercero ante la posibilidad de ser demandado?

En suma, el tema está imprudentemente mal manejado a varias puntas, con reminiscencias de “caza de brujas” que genera una alarma injustificada. Salvo casos aislados, la gestión del personal de la salud es buena y la población puede confiar en que es así.

Con toda la publicidad que tuvo el asunto, sufriremos un pico “epidémico” de demandas civiles –y me preocupan las injustificadas, que con un afán oportunista exageran los “daños morales” y los “lucros cesantes” hasta valores astronómicos, o en dudosas secuelas como vértigos, cefaleas y neurosis de difícil comprobación–. Y ello solamente genera beneficio a los abogados intervinientes, muchos de los cuales ya están pensando en “especializarse” en el tema. Para la población, aparejará un sustancial incremento de los costos de la asistencia, ya que el dinero pagado por demandas se recaudará “solidariamente” del bolsillo de todos los usuarios del sistema de salud. Y algo peor: los médicos están actualmente asumiendo una conducta defensiva basada en no exponerse haciendo lo mínimo posible, con lo cual el paciente pierde muchas opciones de beneficiarse. Y para los médicos, una vez puestos a buen recaudo los bienes que pueda tener, sufrirán largas horas en el limbo de las audiencias, perdiendo algunos pesos por faltar al trabajo (si no es funcionario público, claro está).

Dr. Álvaro García Delfante
C.I. 1.546.574-2

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