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Alberto B. Larrosa, médico de Treinta y Tres, de 92 años, testigo del siglo

«Mi vida corrió paralela con el crecimiento del CASMU»

Nacido a orillas de la laguna Merín hace 92 años, el Dr. Alberto Bolívar Larrosa es testigo privilegiado de dos historias que definen el perfil social de la medicina uruguaya. Se formó como pediatra al lado de figuras como Luis Morquio y Euclides Peluffo Guerra y participó como practicante en los inicios del Centro de Asistencia del Sindicato Médico del Uruguay.

por Armando Olveira

¿Qué recuerda de su ingreso al CASMU y de esos primeros tiempos en la institución?

En ese momento era practicante del Pereira Rossell, luego de haber ganado un concurso, pero buscaba un trabajo remunerado. Una mañana de 1935, vinieron Fosalba y Yannicelli y me ofrecieron hacer lo mismo para la mutualista del SMU que recién se fundaba. No tenía más de 60 socios, todos familiares de los médicos.


Dr. Alberto Larrosa: «Me he comido todas las achuras de Treinta y Tres. Eso sí, ni fumaba ni tomaba».

Me salvó, porque uno como honorario nunca tenía un peso. Fue así que pude terminar la carrera. No conocía a Fosalba, pero ya tenía un prestigio enorme y para un muchacho era un honor que lo invitaran a formar parte de su proyecto. La misma admiración sentía por mis dos grandes amigos, Crottogini y Yannicelli. Ellos fueron quienes le dieron mi nombre.

Recuerdo la explicación de Crottogini para largarse a esa linda aventura. A todos ellos, médicos ya recibidos, los explotaban un conjunto de mutualistas privadas. Para evitarlo crearon un Centro de Asistencia del Sindicato Médico. La idea provino de un visionario tal como era Fosalba.

Del CASMU me retiré en 1980 porque tuve un infarto que me dejó delicado. Hasta me pusieron un marcapaso. Hace casi veinte años que estoy gozando los descuentos de la vida.

Al principio eran muy poquitos...

En total éramos diez funcionarios, nueve profesionales y un practicante. Me faltaba para ser médico, pero todos hacíamos de todo.

Fosalba luchó mucho para crear el sanatorio de Arenal Grande. Los primeros años estuvimos en la calle Andes, luego fuimos para la calle Cuareim y allí se pudo hacer el contrato por el sanatorio, gracias también al esfuerzo del doctor Miller, persona muy cercana a Fosalba.

Al principio estaba bastante repartido el tema de las internaciones. Crottogini internaba en el Italiano, Yannicelli en el Pereira Rossell, Hermógenes Álvarez en otro lado.

Así fue creciendo la institución...

Primero, por el apoyo de los médicos que tomaron conciencia de que antes eran explotados por las patronales privadas y que ganaban muy poco en los hospitales públicos. Los primeros fuimos poquitos, pero al poco tiempo se sumaron más de cien médicos y un montón de practicantes.

Al CASMU se vinieron los mejores médicos y con ellos todos los socios. Desde los primeros años fue sinónimo de confianza, solidaridad y salud altamente profesional.

Pero la fuerza del CASMU es impensable sin la autoridad moral y la inteligencia de ese grupo fundador que conformaron Fosalba, Crottogini, Yannicelli y el «Negro» Álvarez.

¿Cómo era el SMU de la primera mitad del siglo?

Nos llevaban la contra en todos lados. Todos nos llamaban comunistas. Me acuerdo que Yannicelli se enojaba cuando le decían algo así. Justo a él, tan batllista. Pero en verdad predominaban los socialistas.

¿Qué recuerda personalmente de Fosalba?

Tenía una inteligencia fuera de lo común, una capacidad de visión global que superaba su tiempo y un don de liderazgo, solamente truncado por su muerte prematura. No sé hasta dónde llegaba si el hilo de su vida hubiera sido más largo.

Para Crottogini, Fosalba era el único hombre de la época capaz de concebir y materializar la idea del CASMU. «Era algo difícil de soñar e imposible de concretar», solía decirme Juan José.

Como médico, si bien no fue de los más destacados, obtuvo todos los cargos por riguroso concurso. Era un político y gremialista excepcional y un magnífico administrador de los recursos hospitalarios, tanto materiales como humanos.

En lo personal, me ayudó mucho. Pero también me ayudaron el «Negro» Álvarez, mandándome a los recién nacidos; Crottogini, enviándome a los chiquitos con sus madres y Yannicelli, teniéndome en cuenta para tareas de gran valor profesional. Mi desarrollo como médico estuvo muy atado a la historia del CASMU. Diría que tuvimos vidas paralelas hasta mi retiro.

Nos imaginamos qué momento difícil fue la muerte de Fosalba...

Para la institución fue terrible, porque perdía a su máxima figura. El tiempo demostró que aun sin él siguió adelante. En lo personal fue doloroso, porque fue la pérdida de alguien muy querido. No éramos «compinches» (como sí lo eran con Crottogini y Yannicelli), porque Fosalba para mí era alguien que estaba allá arriba, en un pedestal, pero existía un cariño muy fuerte.

La muerte de Fosalba fue muy dura para mí, pero no menos dolorosa que la del «Negro» Álvarez, o las últimas de Crottogini y Yannicelli.

¿Qué recuerda de los primeros años en facultad?

Ingresé en 1925, éramos muy pocos, no más de 20. Sé que ahora entran más de 1.200 por año. Me recibí en 1942. Demoré un poco porque estuve siete años de practicante... Empecé a trabajar para poder recibirme, pero me pasaba todo el día del Pereira al CASMU, y eso me quitaba tiempo para terminar la última materia, que era pediatría. Sin embargo, tantos años de practicantado me permitieron saber bastante de medicina clínica. Todos mis compañeros de generación se recibieron antes que yo.

¿Siente que la medicina de su época joven era muy distinta a la del final de su carrera y a la actual?

La tarea médica era más artesanal. Dependía más que ahora del talento del médico. Los grandes maestros de la época hacían un diagnóstico con pocos elementos, no como ahora que tienen de todo.

Antes, en cada operación el paciente se jugaba la vida y el médico su prestigio. De una apendicitis te podían salvar, como podías morir de una peritonitis en la sala. No se estudiaba la sangre, ni el corazón, ni los factores alérgicos. Había sí, un muy buen ojo de los cirujanos. A veces se hacía un estudio de riesgo mirando a los ojos al paciente. Y eran muy exactos.

Los médicos éramos integrantes de la familia que atendíamos. Cuando nos visitaban o cuando nos recibían era una fiesta, más allá de que la cosa podía no andar muy bien de salud. Yo comenzaba a ver a un chiquilín recién nacido y lo dejaba a los 20 o 25 años. Me llamaban decenas de veces al año y me querían como a un padre.

Por su edad y trayectoria se puede decir que fue testigo de la historia de la pediatría...

Tuve el honor de haber sido alumno de Morquio y Peluffo Guerra. También tuve a Del Campo, que era terrible en anatomía y cirugía. Ese fue un lujo que nos pudimos dar los más veteranos. Aprender directamente de docentes como Abel Chifflet, Ángel Maggiolo en fisiología o Gaminara en parasitología.

¿Cómo era Morquio?

Tenía una autoridad tal que se reconocía solamente con su presencia, sin que abriera la boca. Era un hombre muy humilde, de hablar pausado. Tuve la suerte de disfrutarlo en el último año que dio clases. No recuerdo el año. Creo que fue el mejor clínico de la historia de la medicina uruguaya. Todo lo hacía en base a ojos, oídos y manos. Jamás usaba un aparato para diagnosticar. Morquio dio lugar a una verdadera escuela de pediatras con excelente nivel clínico.

No obstante esa influencia sin par, el excelente nivel de nuestros pediatras tenía que ver con la gran tarea que se desarrollaba en el Pereira Rossell. Desde la etapa de practicante, veíamos de 50 a 100 niños por día... y después de recibidos, la cantidad aumentaba. Es algo paradójico, porque lo que por un lado es exceso de tarea, por otro pone al profesional en un ritmo de trabajo que es difícil de conseguir en otros países.

¿Y Ricaldoni?

Era admirable. Con un palito y un algodón podía detectar un tumor. Creo que está todo dicho.

¿Hace alguna dieta para estar tan bien a los 92 años?

Sí, me he comido todas las achuras de Treinta y Tres. Eso sí, ni fumaba ni tomaba. Tuve un infarto a los 70 y pico , pero me salvó tener buenas arterias y una presión que no se mueve de 13/8.

Los olimareños tenemos fama de longevos. Algo que es muy relativo. Mi madre tuvo 21 partos, con tres mellizos, de los cuales sobrevivió uno. Yo soy el menor de toda la familia, pero cuando nací quedaban solamente 11. Los Larrosa, una vez que pasamos la barrera de los 50, no paramos hasta los 100. Creo que es una cuestión genética.

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«Batllismo»

«Los Larrosa somos del Rincón de Ramírez, en las costas de la laguna Merín. Recién en el 22 me fui a estudiar a Treinta y Tres. Mi padre fue el que le puso Batllismo al sector de don José Batlle y Ordóñez. Un día fueron los riveristas por casa, para convencerlo de que debía apoyar al otro sector colorado. Mi padre se puso malo y los echó. 'Yo soy batllista', le dijo. La historia llegó hasta Domingo Arena. Y el nombre quedó. Inclusive, hay una placa en honor a mi padre, en el cementerio del pueblo, como fundador del batllismo olimareño».

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Pelotas muy fuertes vendo

«Quedé en la historia y nadie lo sabe», fue el comentario de Larrosa. Se refirió así a una difundida nemotecnia improvisada por él a principio de los '30, que los estudiantes utilizan todavía hoy en los exámenes de anatomía. «Del Campo había bochado a dos compañeros con la pregunta de las paredes del escroto. Cuando me tocó, me di cuenta que venía con la misma intención. Pero afuera ya había creado la relación: pelotas (piel) de (dartos) cuero (celular), fuerte (fibroso) muy (muscular) fuerte (fibroso) vendo (vaginal). Así terminamos con ese martirio».

¿La madre o el hijo?

«Hermógenes Álvarez y Juan José Crottogini fueron dos amigos muy queridos, dos compañeros fuera de serie y dos pediatras de los que ya no hay. Pero también solían competir en concursos por cargos que ambos necesitaban y que, por supuesto, los jerarquizaba. Se querían mucho, pero frente al tribunal eran rivales muy fuertes.

Recuerdo un concurso que los tenía como únicos candidatos a un puesto en el Pereira Rossell. El tribunal les presentó una embarazada a término muriendo de tuberculosis.

El «Negro» Álvarez habló como una hora sobre el tratamiento de esa enfermedad, por entonces terrible, en la madre. Le dieron 19 puntos, sobre 20, premiando una erudición sin par.

Luego vino Crottogini. Se sentó, se puso colorado de cara, como siempre, y empezó su disertación. 'De la madre no me voy a ocupar porque se está muriendo. Me voy a ocupar de salvarle el hijo con una cesárea', fue su argumento. Le dieron los 20 puntos redondos».

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