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Montevideo, 29 de febrero de 2000

Dr. Eduardo Navarrete
Presidente del Consejo Arbitral del SMU

Presente

De mi mayor consideración:

Acabo de tomar conocimiento de la resolución adoptada por el Consejo que usted preside y que hace relación con la Dra. Marsicano, objeto de una excelente -a mi juicio- nota periodística de Diego Barnabé en ondas de El Espectador.

No puedo ni debo dejar de congratularme por la decisión adoptada por el SMU en esta ocasión -que sé no es la primera- pero creo que siempre es bueno, aunque sea tardía, la primera vez que uno lo hace, si es desde el sentimiento y no la formalidad.

Habla bien de vuestra institución, en el esfuerzo que se debe a sí misma toda la sociedad, en mantener los valores éticos y la defensa de los derechos humanos, objeto de frases altisonantes pero con escasa concreción, fundamentalmente por parte de los más encumbrados actores políticos con poder de decisión.

Sobre las cuatro denunciantes -en este caso- no diré nada nuevo, son mis compañeras de peripecia en prisión y por ellas, mejor que yo, hablan sus actitudes, su empeño por aportar a la verdad.

¿Quién soy? Una de las cientos de presas políticas "anónimas" por circunstancias, peripecias, modalidad. Mi nombre: Amalia Chizmich de Solarich, detenida el 31 de octubre de 1975 en mi domicilio, junto a mi esposo Juan, por nuestra pertenencia al PCU en aquellos tiempos. Mi condena: siete años y medio puntuales, de los cuales el primero en los centros de tortura y cuarteles, y seis en el Penal de Punta de Rieles. Razón por la cual conocí y recuerdo la labor de la Dra. Marsicano y su jefe, supongo, el Dr. Marabotto. No quiero extenderme -pues no es el objetivo de esta misiva- sin decir unas palabras sobre mi esposo. Juan Solarich, al momento de su detención, era un epiléptico diagnosticado y medicado con una vida normal. La tortura, la prisión, la falta de atención médica debida, hicieron lo suyo. Cumplidos cinco años de detención en el irónicamente denominado Penal de Libertad, no soportó más que un año -1981- la vivencia en dictadura y las visitas a mí en las condiciones conocidas, amén de un recrudecimiento de su patología. A través de Amnesty Internacional llegó a Suecia a comienzos del '82, para luego en 1984 -ya con mi presencia en Estocolmo- se le detectó e intervino quirúrgicamente un astrocitoma (espero no haber equivocado el término), lo que nos posibilitó el regreso en mayo de 1985, pero una recidiva acabó con su vida a comienzos del '87.

El párrafo que precede, en ese punteo casi administrativo, no puede transmitir la suma de crueldad, padecimientos, tanto propios como de hijos, padres, el entorno todo. Sólo sensibilidades como las de los actores que recién hoy -25 años después, sí 25 años- me mueven a escribir estas líneas, y me estoy refiriendo a usted señor presidente y todo el Tribunal Arbitral, así como al señor periodista, son dignos exponentes de lo mejor de esta, nuestra sociedad uruguaya.

Y son ustedes, en esta circunstancia, quienes me han motivado a verbalizar estos recónditos recuerdos, que no olvido.

¡Y qué pena que la Dra. Marsicano y su esposo se engañen a sí mismos y a los suyos, ¿se engañan?, pensando que son muchas las presas que la recuerdan bien! Con humildad pero con seguridad afirmo que ellos son los primeros que saben que eso no es así.

¡Qué bueno vivir en una democracia en la que hay hombres y mujeres que no tienen miedo a ejercerla!

Con respeto y estima,

Amalia Chizmich de Solarich

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