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"La medicina y el psicoanálisis le deben mucho al teatro"

Con Eduardo Pavlovsky, en la VII Muestra Internacional de Teatro

Eduardo Pavlovsky es bien conocido por el público uruguayo. Sus obras de denuncia y de análisis sobre las dictaduras, como El Señor Galíndez, Potestad, o Pablo, entre otras, han sido recibidas con entusiasmo en nuestras salas. Médico psiquiatra, psicoanalista, autor, y excepcional actor, estuvo presente en la VII Muestra Internacional de Teatro con la obra Rojos Globos Rojos. En la misma, el lugar de resistencia se traslada a un teatro y a un actor que defiende los valores universales ante los embates del consumismo y la frivolidad. Su presencia en Montevideo motivó esta charla con Noticias.

Por Fernando Beramendi

Se afirma que Rojos Globos Rojos es un giro en su dramaturgia.

Hay quienes se han ocupado de mi obra y plantean que hay un cambio en mi escritura dramática. Yo he estado más preocupado por desarrollar un teatro de denuncia política y la óptica sobre el represor y su psicología. Creo que el fenómeno de la represión es muy complejo y he tratado de no hacerlo fácil. Mostré en escena la complejidad del amor entre el torturador y la torturada, el amor de un raptor de niños hacia una nena, las contradicciones fundamentales de todos estos fenómenos tan complejos.

Usted sostiene la no patología del represor.

En efecto, a los represores se les adjudicaba sadomasoquismo, infancia perturbada, en fin, justificativos para los que te matan.
Ahora se hizo una investigación en Harvard en la que se revela -que es lo que yo sostengo hace tiempo- que los integrantes de 500 batallones alemanes (que fueron de los más sanguinarios en Polonia y mataron un millón de judíos), con 30 personas por batallón, eran en su amplia mayoría campesinos, y por debajo de ese grupo profesores universitarios y estudiantes. Eran los más asesinos, los criminales seleccionados para matar.
Allí no había, en la mayoría, patología psiquiátrica, pero sí una patología social de un mesianismo inspirado en la posibilidad de salvar a Alemania y al mundo de la "lacra" judía, todo muy bien instrumentado por el discurso de Hitler.
Yo sostengo que no hay que buscar en el represor una patología individual, como se hacía antes, o modelos de conducta, o incluso características físicas de los "grandes criminales".
Hay que buscar una patología más institucional. Hay instituciones en Argentina -y yo lo decía en El Señor Galíndez- en las cuales el torturador es un señor con una mente muy saludable, que cree que va a salvar al país con una técnica específica que es la tortura. Por eso en esa obra el enemigo principal no era el torturador sino el teléfono, que representaba el sistema, que es el eje que produce una subjetividad en ciertos individuos en la que la violencia, la tortura y el rapto se interiorizan como normales. Entonces son sintónicos.
Ahora bien, ¿por qué cambié yo? Tal vez porque en un momento determinado a uno le preocupan más ciertas cosas que otras. En ese momento anterior me preocupó el represor como fenómeno de subjetividad. Ahora me preocupan las cosas que pasan en la cabeza de la gente hoy. El personaje de Rojos Globos Rojos toma el teatro como lugar de resistencia de una cultura hegemónica de la mass media consumista, superficial, que poco agrega a los valores fundamentales de la solidaridad y la justicia. Me parecía importante que hubiera un lugar donde una persona tomara ese espacio como un lugar de resistencia.

"Acá no me van a privatizar ni la alegría ni la pasión, aquí voy a hacer el teatro que me gusta, acá estreno todos los días, no vamos a entregar todo, tiene que haber espacios donde haya algo nuestro", dice más o menos el personaje principal, Cardenal.

Creo que la solución ante una cultura hegemónica con predominio de determinados valores muy individualistas es la producción de espacios, que algunos llaman ritornellos, espacios y tiempos diferentes, donde se crean subjetividades también diferentes. Es crear microlugares distintos donde uno pueda recuperar identidades que parecen muy distantes.
Cuando hago teatro tengo a veces la pequeña y gran satisfacción de que viene mucha gente joven, como referencia de que uno a los 62 años todavía está ahí arriba del escenario, mostrando un teatro comprometido y que cree en ciertas cosas. Y que esa gente joven sienta preocupación por los últimos años de la Argentina me parece promisorio.
Claro que en eso no pienso al escribir. Yo pinto un personaje y el personaje me posee. Es un fenómeno mucho más primario que todas las palabras anteriores que te dije. Es como una pintura de Bacon donde yo estoy armando manchas y me meto por accidente, me hago filmar y me pregunto: "Bueno, y éste, ¿adónde va?".

Hay, entonces, un rescate de los espacios comunitarios.

Yo trabajo mucho con grupos, pequeños grupos. Me dedico al fenómeno grupal psicodramático. Tengo una institución que forma gente. Rescato ciertos espacios que puedan desviarse de la historia cotidiana y pensar de otra manera, recobrar otros valores, aprender a pensar con menos narcisismo. Si uno se despoja del narcisismo se da cuenta que un grupo humano tiene un potencial muy especial. Así trabajo como psicoanalista y en el teatro.
Yo me recibí de médico a los 22 años. La familia Pavlovsky es una familia liberal de centro-derecha. Médicos muy exitosos, profesores de la Universidad, buenos cirujanos. Yo me recibí y comencé dedicándome a la clínica y luego al psicoanálisis. Empecé a trabajar con niños en grupo y me pareció apasionante lo que pasaba con ellos jugando, todo lo que mostraban sin necesidad de hablar. O sea que desde el '58 estoy trabajando con grupos.
Yo no hago teatro como jugaría al golf, pero soy un médico psiquiatra que vive de su profesión. No vivo del teatro, si bien soy bastante conocido incluso fuera de mi país y tengo estrenos en el extranjero. Vivo de lo que gano todos los días, pero a pesar de esto yo tengo la sensación de que el teatro como experiencia humana te ayuda a mostrarte de otra manera. Porque no te olvides que el psicoanalista es un tipo bastante burgués, en su realidad y en su manera de pensar. Ahora todos los psicoanalistas dicen que la dictadura los persiguió, pero eso no fue así, a la mayoría no los persiguió nadie, sí a los psicoanalistas de izquierda.
Con el teatro se conoce gente diferente, te reunís de noche, te mostrás en tu neura más brutal, y el psicoanálisis se te va al diablo. Aparece la locura, el miedo al estreno, las peleas... En todo esto hay experiencias humanas muy límites.
Si tuviera que hacer un balance hoy, a los 62 años, diría que la medicina, el psiconálisis, la psicoterapia, le deben más al teatro. Porque a mí el teatro me humanizó, me dio experiencias globales que me permitieron escribir más libros sobre psicoterapia de grupos. Los fenómenos que observaba en los ensayos y en improvisaciones me dieron mayor lucidez para escribir sobre el fenómeno y clínicas.
Yo no escribo -como afirman algunos- porque soy psicoanalista, sino que soy un actor al cual le interesa mucho lo humano, lo social.
No sé cómo se llama ese fenómeno tan singular que es el que uno siente antes de salir a un escenario, con una sala llena, donde enseguida de salir uno es otro. Y habla como otro, y habla en un lenguaje que no es el suyo. Tiene algo de maravilloso la creación. Yo estoy más acostumbrado a hablar de historias clínicas, de forma más pausada. Pero de repente en el escenario tu cuerpo aparece en otra dimensión y te acostumbrás a entrar y salir de la locura con cierto entrenamiento en los personajes. No es que yo crea que la patología fundamental varíe por hacer teatro, pero sí creo que es un lugar muy expuesto a acciones psicóticas: miedo al fracaso, la confusión del fracaso de una obra con el fracaso de la vida de uno, el pánico a la mirada del otro, el pánico a la crítica. Son situaciones muy regresivas donde uno vive pendiente del director, de la transferencia.
El deseo de mostrarse fue tomado por Freud como una personalidad exhibicionista que intentaba evitar la castración por mostrar su cuerpo en un escenario frente a los padres. Creo que es muchísimo más complejo. Porque también es al revés. Yo me muestro mucho más como soy en un escenario que cuando hago psicoterapia. Cuando hago un personaje soy yo con mis abismos. También el teatro es una demostración brutal de las debilidades y orfandades de la vida de uno. Sobre todo si te gustan ciertos autores como Beckett.

Beckett está presente en Pavlovsky.

Yo no hubiera hecho teatro si no hubiera visto obras de Samuel Beckett. El tipo que me explicó mi angustia no fue un psicoanalista sino Beckett. La influencia de Beckett en mi obra es directa. Tú sabés que entre los médicos hay gente muy culta y sensible hacia el arte, o gente que no tiene una sola idea del valor de lo estético. Esto incidió en mi primera actividad teatral. Yo empecé a hacer teatro en 1957, cuando había un abismo entre teatro y psicoanálisis. Ahora eso cambió radicalmente. Tuve que dejar un análisis didáctico porque se consideraba perverso que hiciera teatro. Fundé un teatro ¡con un grupo de médicos! que se llamaba Yenesis, donde estaba Tahier, el autor de Gotan y hacíamos Pirandello, Beckett, O'Neill, Chejov. La única condición era estudiar teatro.
Tuve la fortuna de ver Beckett por Petraglia, un actor argentino, en 1957, y empecé a leerlo. Y luego, en 1975, estando en París con El Señor Galíndez en el teatro de Barrault, coincidió que estaba Beckett con Esperando a Godot ¡en ese mismo teatro! Ya me podía morir ahí porque era el sueño del pibe. Yo le dejé una carta diciéndole que era un médico argentino que hacía teatro porque había visto Esperando a Godot y que le agradecía que gracias a esa obra había conocido la representación más extraordinaria de la angustia humana y que estaba muy orgulloso de compartir el mismo teatro con él. Fue una de esas cartas que uno escribe sin esperar jamás respuesta. En ese momento él estaba en Alemania dirigiendo. A los diez días recibí una carta en Argentina que decía: "No puedo imaginar haber influido a alguien en toda mi vida, pero además si se trata de un médico eso me pone muy contento, cuente conmigo". Esa carta la tengo enmarcada como un recuerdo importantísimo.

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