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El teatro uruguayo de la primavera

por Fernando Beramendi

De todo como en botica, solía decir la anciana Gertrudis, refiriéndose a la gente que compartía su viaje en el tranvía.
Algo más o menos así podría afirmar quien se ponga a observar la cartelera del teatro nacional en estos últimos meses del año.
Si algo caracteriza el panorama de las tablas es, precisamente, la diversidad. Diversidad de estilos, de temas, de autores, de espacios de representación.
Diversidad de generaciones, de elencos, de actores.
La cifra semanal oscila entre los 35 y los 45 espectáculos, lo que hace literalmente imposible recorrer todas las salas y alcanzar a ver todo lo que se ofrece.
Esto podría hacer pensar a cualquier ingenuo que el teatro se ha transformado en una segura fuente de ingresos para quienes lo hacen.
Nada más alejado de la verdad.
Si bien esa aspiración está tal vez unos milímetros más cerca que hace diez años, la deuda histórica del Estado uruguayo y de la sociedad en su conjunto con el arte sigue en pie.
El teatro ha podido transformarse en un «trabajo» que ocupe el centro de la actividad laboral de quienes integran la Comedia Nacional, o de quienes se han definido de una manera tajante y respetable por hacer teatro comercial, lo que se puede traducir como aquello de «lo que el público quiere».
Todo esto sin ningún tonto afán peyorativo, sino con todo el respeto que cualquier emprendimiento profesional serio merece.
Claro que en el Uruguay subsiste teatro «comercial» bueno y del otro también. Lo mismo para con el llamado teatro de «arte», o teatro «en serio», como ridículamente se le ha etiquetado por parte de algunos «estudiosos».
Este columnista opina que, más allá de los diversos estilos y escuelas, la diferencia básica a deslindar es entre «buen teatro» y del otro.
Y esa es una definición que corre por cuenta de una gran subjetividad. Sobre esto hay varias bibliotecas que sostienen una idea o la otra.
Lo que sí está claro es que no va de la mano de la ecuación facilonga de: cuanto más apoyo más arte, si nos referimos estrictamente a la calidad.
En este momento subsisten en cartelera algunos mediocres espectáculos con grandes aportes desde el punto de vista de la producción y otros excelentes que no sobrepasan los dos mil o tres mil dólares de presupuesto. Esto no quiere decir que la subvención estatal o el patrocinamiento privado conviertan al teatro en un lugar donde el artista se duerme y cae en facilismos. Esa posibilidad está planteada con o sin apoyo.
La inteligente iniciativa del Socio Espectacular ha cambiado el panorama de asistencia del público a las salas adheridas, y es un fenómeno muy interesante desde el punto de vista de volver a ver funciones y funciones agotadas, pero esto no ha repercutido, por lo menos por ahora, en un sustancial cambio en los ingresos que un actor recibe por su labor.
Por otra parte, los apoyos del Ministerio de Educación y Cultura también significan un estímulo para nada desdeñable a la producción, comunicación, relación contractual con las salas y para colmo de males, el enorme problema que se aproxima con el tema de los derechos de autor que hará casi imposible la representación en nuestro país de obras del repertorio contemporáneo que son imprescindibles para que el universo ofrecido a los espectadores tenga la diversidad que estos merecen. Hay quienes sostienen que el actor no debe vivir de su trabajo de actor a riesgo de prostituirse. Es más o menos tan ridículo como sostener que el médico no debería cobrar por dar asistencia a un enfermo.
Porque además, la inmensa mayoría de la población todavía hoy desconoce que no existe ningún tipo de legislación que proteja al actor cuando ya no puede serlo más, cuando el inevitable paso de los años hace que se retire. Porque no todos pueden morir arriba del escenario. La COFONTE, embrión de lo que una adecuada legislatura debería contemplar, siempre zozobra angustiosamente por la ausencia de recursos que garanticen el apoyo efectivo a las obras. Sus integrantes, de todos los credos y organizaciones representativas, hacen heroicos malabarismos para poder repartir los pocos dineros que la misma recibe.
El régimen de funciones vendidas es apenas un pequeño aliento que ayuda a pagar algo de la producción. Hoy por hoy, el principal sostén del teatro sigue siendo el público, que muchas veces, por problemas de los propios teatreros que no encaran bien el tema de la comunicación y de los medios de comunicación, no se entera de la existencia de algunos títulos en cartel.
Mucho se ha hecho, mucho queda por hacer.
Al fin de cuentas, el teatro es una buena receta que los médicos deberían recomendar a sus pacientes. Y a sí mismos. /