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Con René de Ceccatty, autor de El acompañamiento.

El difícil camino hacia la ausencia.

 Fue presentado semanas atrás El acompañamiento de René de Ceccatty, editado por Trilce, con la presencia de su autor en Montevideo, quien sostuvo distintos encuentros con médicos, escritores y público en general. El libro narra las peripecias de un enfermo terminal de sida en el hospital, la visión de su amigo que se mantuvo a su lado, el mundo de las relaciones interpersonales. Mundo de médicos, enfermería, amigos. Certezas y dudas. Ausencias insondables. Una guerra. Incomunicaciones. Toda la contradictoria lección que el camino a la muerte nos depara. Una reflexión descarnada, desoladora y poética, sobre la vida, la muerte, la salud y la enfermedad.

por Fernando Beramendi

René de Ceccatty nació en Túnez en 1952. Ha publicado más de diez títulos, entre los que se destacan L'or et la poussière (1986, Premio Valery Larbaud), Babel des mers (1987), La sentinelle du rêve (1988), Aimer (1998). El acompañamiento fue publicado en 1994, tiempo después de la muerte de su amigo, el escritor Gilles Barbedette, de quien se encargó, como albacea, de publicar Mèmoi-res d'un jeune homme devenu vieux.(Gallimard, 1993). Además de Ceccatty ha trabajado como dramaturgista con el famoso director de teatro Alfredo Arias, entre otros, en la versión que el argentino llevó a escena en París con el cercano nombre de Mortadela.

Tranquilo, sereno, muy seguro de sí mismo, con una gran disposición a trasmitir su experiencia, a aportar en el combate mundial contra el sida, de Ceccatty es además un hombre que habla sin ambages de su visión de la sexualidad moderna y propone al respecto interesantes reflexiones.

Cuando empezó a escribir este libro, ¿sabía hacia dónde apuntaba?

Cuando empecé a escribir el libro no sabía exactamente qué forma tendría, porque él era un escritor que tenía una relación muy particular con la literatura. Traté de respetar su propia relación con la literatura y también de la enfermedad.

Porque él no quería hablar de la enfermedad y por lo tanto para mí fue difícil porque traté de comprenderlo desde un punto de vista honesto y verdadero, respetando su personalidad y la mía también.

El tenía una mirada muy crítica sobre la medicina y yo también. El medio médico en el cual él estuvo sumergido es muy interesante. Porque es la gente que hace todo para vencer a la enfermedad, pero en condiciones muy difíciles, porque las condiciones hospitalarias en las que él estuvo son extremadamente complicadas. No respetan completamente al enfermo. Por lo tanto traté de ser honesto y de no hacer un santo del enfermo, una apología suya. Traté de mostrarlo como es él, a veces muy agresivo y violento, porque él tenía la sensación de haber sido desprovisto de su personalidad.

Yo también quería mostrar mi propia debilidad, mi propia dificultad de comprender como él reaccionaba y además mi propia visión del sufrimiento. Porque es muy difícil ver sufrir a cualquiera.

«En el momento en que se secaba la cabeza apareció una nueva enfermera y le recitó la larga lista de remedios que habían sido ordenados por el médico. Tomó la lista y la leyó, comprobando que faltaba un calmante. La enfermera estaba molesta. El servicio en que él había sido admitido no utilizaba frecuentemente ese remedio; de todos modos ella iba a intentar conseguirlo en otra parte. Es la única vez que presencié este modo de resolver situaciones, pero yo ya tenía bastante experiencia en los hospitales en su compañía para saber que este género de iniciativa era excepcional, la mayor parte de las enfermeras se resistían apartarse de las recetas escritas por temor de dar un paso en falso. Esta consideró inútil desconfiar de él y volvió con el calmante luego de unos minutos. Era inteligente y lo veía sufrir.»

Creo que el libro pensaba escribirlo sobre el sufrimiento en general, no sobre el sida, pero luego pude comprender la enfermedad en el interior del hospital.

Por lo tanto no es únicamente un ensayo sobre el sida, sino que es la descripción de un pequeño universo, de un pequeño mundo donde era muy difícil ver la personalidad verdadera del ser humano. Es una situación que he comparado numerosas veces con la que se puede observar en la guerra. He tenido la impresión de estar en la noche de un universo paralelo a la vez muy intenso y muy particular entre los médicos, los enfermos, los enfermeros.

La razón por la cual no aparecen los nombres en su libro ¿es también una elección estética o un deseo de dar ese carácter más general y simbólico a la experiencia?

Fue precisamente por esto último: para mostrar en definitiva el carácter universal de la experiencia. Sí, he reservado los nombres de los enfermeros de los cuales he hablado. Sólo he dado el nombre de una de las enfermeras, Annie, porque ella es tremendamente extraordinaria, una mujer que me parece única. Ella merecía aparecer con su nombre, pero además me parecía necesario. Los otros nombres no quise plantearlos para que lo que describiera pudiera concernir a todo el mundo, no estrechar el sentido.

Esa es la misma razón por la cual no he dado el nombre de la enfermedad. Aunque sea reconocible que hablo del sida, hablo también de todas las enfermedades graves y mortales.

Usted decidió escribir el libro después de la muerte de su amigo.

Sí, cuando estuve con él en el hospital él me pidió que lo escribiera, ya que su situación no se lo permitía («no tengo fuerza para hacerlo», dijo) y él quería dejar constancia de lo que estaba viviendo. Por eso nos pidió a mí y a otro amigo que es también escritor, que lo hiciéramos. Enseguida de su muerte, encontré unos papeles escritos por él en su casa. Él me había designado como heredero literario de su obra. Él estaba preparando una novela. Y yo decidí publicar esos escritos porque habla de manera muy removedora de la enfermedad. Copié esos escritos enseguida porque era una manera de sentirlo vivo. Para mí fue muy importante. Propuse a su editor, que es el mismo que el mío, Gallimard, publicar el libro y lo hizo al año siguiente.

Después me fui al Japón porque durante toda la enfermedad había sido muy difícil descansar y a mi regreso un amigo que dirige una colección me pidió escribir un libro a partir de los fenómenos sociales.

Le dije que no podía escribir sobre otra cosa que no fuera sobre el sida en ese sentido. Él lo aceptó y escribí muy rápido Creo que me llevó unas tres semanas todo el libro.

Luego lo releí y además se lo leí a amigos que conocían a Gilles También se lo leí a médicos. Me pareció interesante hacerlo porque hablo de la condición de su muerte, de cómo le dieron el medicamento para acelerar su muerte. Quise consultar a ver si no tenían dificultad en que contara eso y me dijeron que no.

Porque si bien la eutanasia en Francia no es legal, cuando hay una enfermedad grave donde el paciente sufre demasiado, hay un medicamento muy fuerte que los hace dormir. Eso pasa en todo el mundo, aunque no sea lo estrictamente legal.

Esta es una narración singular que provoca que usted, luego de publicarlo, tenga reuniones con gente como los médicos y no estrictamente del círculo literario. ¿Cómo ha vivido usted eso, ese contacto con un público como asistentes sociales, psicólogos, etc.?

Es la primera vez que me pasa esto. Esto ha cambiado mi vínculo con la literatura. Porque he escrito novelas de corte más tradicional y bruscamente me he reencontrado con la realidad. Es la primera vez que percibo tan fuertemente la reacción de otro tipo de lector distinto al que estaba acostumbrado. Lectores no vinculados al mundo literario. Pero ellos han comprendido que mi voluntad es literaria y a partir de eso, en los libros que yo escribo después me expongo más, me comprometo más. Y pienso que ese es el rol fundamental de la literatura. Pienso que un libro debe absolutamente comprometer al escritor y permitirle afrontar la realidad muy inmediata, a través de sus medios literarios. Para mí fue muy fuerte sentir que el enfermo hablaba a través de mis palabras. Y luego se han producido cosas como esta. El milagro de venir al Uruguay a hablar de esto.

Y comprender que hay problemas que son universales.

Claro. Y son los mismos.

«Retraso el mayor tiempo posible el momento en que me veré obligado a describir con exactitud su enfermedad y su sufrimiento. Llegará el instante en que no lo podré evitar. Ahora que su apartamento está libre de los numerosos frascos, tubos, botellas, cajas, cajones, envoltorios de la farmacia, me creo autorizado a considerar enfermedad y tratamiento como nociones abstractas.»

Para mí su libro es una novela muy particular. Con un lenguaje muy claro, testimonial pero no exento de poesía. Usted ha declarado que este no es un libro «gay». Más allá de su propia definición como homosexual, usted habla de algo mucho más amplio. ¿Cómo ha recibido la comunidad «gay» de París este libro?

Por supuesto que la comunidad «gay» lo ha leído. Pero mucho más lo ha leído la comunidad médica. Han aparecido muchísimos artículos dentro de las revistas médicas, porque es la primera vez que en Francia se escribe de manera crítica, aunque no agresiva, sobre el tema de la medicina. Yo he criticado las condiciones hospitalarias sin decir que el hospital es horrible y que los médicos son todos una porquería. Este no era el objetivo de mi libro. Sino mostrar los límites del hospital. Y el libro ha generado un interesante debate, una reflexión médica en la cual he participado.

Pero lamentablemente no todos los miembros de la comunidad gay en Francia han sido responsables en la prevención de la enfermedad. Por supuesto que hay grupos que reflexionan sobre la enfermedad, pero de más en más hay un retorno - que no es sólo entre los gays, sino bastante general- a una forma de vida más peligrosa. Lamentablemente se dan mucho los cambios de pareja permanentes. Por ejemplo en «Queen», que es una de las más grandes boites de la noche, hay multitudinarias reuniones sexuales que se realizan sin ninguna seguridad ni prevención.

Si uno se pone a pensar que París es una ciudad de pasaje de todo el mundo, la situación es terrible.

Pero también está el tema de los adolescentes que por ser la primera vez lo hacen sin ninguna reflexión y sin ninguna precaución. Es un gran problema.

Usted ha hablado también de los riesgos de la idealización de la «muerte por amor» como un elemento que contribuye entre los jóvenes a no prevenir la enfermedad.

Sí, claro. Y sobre todo eso preocupa en la juventud. Porque a veces en sus primeras relaciones sexuales ellos encaran la libertad en la no-prevención, como una forma de revuelta contra las normas impuestas por la sociedad y es terriblemente peligroso.

Piensan que es una prueba de amor tener relaciones sin el preservativo cuando en realidad es todo lo contrario. Eso mismo genera situaciones terribles porque evita la transparencia sexual en la pareja. Porque o no se dice la verdad o se teme que el otro esté mintiendo.

He hablado de estos temas con médicos y me he encontrado que aun dentro de los médicos que trabajan con el tema del sida hay quienes no se cuidan y no usan preservativos con los desconocidos. Si ellos que trabajan dentro del mundo médico no tienen un comportamiento correcto, qué puede exigirse a los adolescentes.

También hemos conversado antes de la entrevista de la brecha entre la moral pública y la moral privada y como incide esta en la salud. Se sostiene algo públicamente y se hace lo contrario en la intimidad.

Claro. Y especialmente en la sexualidad. En Francia está lleno de personas que preconizan la libertad sexual pero en su intimidad son terriblemente bloqueados. Y dentro del problema particular del sida hay gente que piensa que alcanza con no hablar de determinados temas para que ellos desaparezcan. Yo he asistido a cosas terribles.

«A la mañana siguiente me llamó para decirme que por primera vez había dormido bien gracias a que yo había hablado con su médico y más tarde durante la misma mañana me volvió a decir, personalmente, que estaba contento de que hubiera hablado con su médico. Extrañamente no tenía miedo de que existiera un complot entre nosotros; por el contrario se sentía seguro... la palabra del médico le parecía fortalecida y más fundada porque también estaba dirigida a mí. En ese momento, sin embargo, era la garantía de su muerte la que, de alguna manera, le daba serenidad.»

¿Usted cree que hay cambios en la comunidad médica a propósito del tema del sida, que ha entendido que el problema no es sólo médico, sino psicosocial, económico, cultural, etc.?

Yo creo que sí, que ha habido cambios. Creo que en este momento los médicos son más abiertos. En Francia el medio médico es muy cerrado. Pero ha evolucionado.

Porque los médicos cuando son jóvenes conocen muy poco de la vida. Hacen estudios muy largos y cuando terminan con ellos enfrentan una realidad muy violenta, luego de estar bloqueados en la carrera. Eso los lleva muchas veces a que cuando se encuentran con la muerte o con otras situaciones se encierran completamente a la realidad humana y afectiva para poder seguir trabajando.

Su gran problema es que no aceptan muchas veces su propia inmadurez en la vida.

Yo me he encontrado en esta experiencia con médicos sumamente adolescentes que no tienen su propia experiencia humana. Porque están casados desde jóvenes con una enfermera o con una colega y se encierran completamente en su mundo. Y él descubre un modo de vida que le es completamente extraño.

Pero llega el momento en que el médico descubre su propia debilidad y sufre. Descubre una realidad tan fuerte que lo golpea. Sobre todo cuando se sabe, como en el caso del sida que no estamos enfrente de una enfermedad que sea de un solo sector social o grupal.

Porque además el enfermo requiere mucho más que una simple administración de medicamentos y que se debe acompañar al enfermo para que este pueda entender el tratamiento, y sepa que es complejo. Allí se abre una nueva dimensión, donde interviene lo psicológico de manera decisiva. No es lo mismo que administrar antibióticos para una afección. Creo que de más en más los médicos están reflexionando sobre estos temas.

¿Cómo se inserta El acompañamiento en su literatura?

Este libro es muy distinto porque los otros eran una reflexión sobre la literatura. Mis dos libros siguientes son dos libros sobre pasiones amorosas. En todos mi libros yo reflexiono sobre la identidad sexual. Sobre las categorizaciones sexuales. Yo no soporto esas visiones rígidas, creo que van contra la realidad. Creo que los seres humanos son completamente libres. Pienso que la sexualidad es indeterminada dentro de los individuos, pero la vida social es la que hace optar a los individuos, y que una vez obligado a optar se ve obligado a actuar de manera repetitiva, pero que esa no es la verdad profunda que está en cada individuo. Todos mis libros hablan de esos problemas.

Pienso que cada ser humano es muy diferente al otro. Detesto las categorizaciones. Y estas han sido aumentadas por el tema del sida, se han vuelto aun más rígidas y estúpidas.

Este libro, ¿cambió su vida?

No sé. Sí cambió mi inserción en la literatura. Pero la experiencia vivida en el hospital ha sido lo que ha cambiado mi vida, porque aun después de la publicación del libro yo he seguido con problemas, porque no puedo olvidar lo que he visto. No he podido olvidar las cosas por las que atravesó mi amigo. Creo que la muerte de un amigo no se olvida jamás.

Fue una experiencia definitiva en mi vida. Pienso mucho en él, porque vivo hablando de su libro y del que yo escribí. Es una responsabilidad social muy grande que siento de hablar de las cosas que él amó y sufrió.

«Me había cruzado con Annie en el corredor. Antes de golpear su puerta, le pregunté cómo estaba él. '¿Y usted cómo está?', me corrigió. Por supuesto, la pregunta era sorprendente. Pero viniendo de ella, no. Durante la tarde, su otro amigo escritor reapareció. Yo estaba agotado. Los dejé solos.»

Realización y traducción de
la entrevista: Fernando Beramendi

Nota: Los párrafos en negrita son citas de El acompañamiento, traducido por Juana Caballero

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