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De incentivos y dobles discursos

En la más reciente asamblea extraordinaria (levantamiento de cuarto intermedio) sobre la movilización que lleva a cabo el SMU a nivel del subsector público, se nos acusó de doble discurso ya que, por un lado, habríamos aceptado -como una posibilidad de «arreglo» del conflicto- que el msp destinara algún dinero extra salarial (¿incentivo?) para aumentar la paupérrima remuneración mensual de los médicos del msp (de todos los más hundidos) y, por otro lado, seguíamos haciendo hincapié en que el SMU debía luchar por el salario de todos y con la aplicación del principio aceptado y obligante de «a igual tarea, igual remuneración». Entendiendo como salario el mecanismo remunerativo que asegura, además de un monto fijo mensual decoroso, las prestaciones sociales que permitan al médico el desarrollo de sus tareas sin temor a los avatares propios de los humanos -como seres vivos que son-: enfermedad, maternidad, envejecimiento, etc.

Nos opusimos, y lo seguimos haciendo, a que el SMU minimice su accionar centrándose en lograr «incentivos», especialmente si los mismos son condicionados y diferenciados.

De los incentivos

El diccionario Espasa-Calpe define así el incentivo: «Adj. Que mueve a desear una cosa o a hacerla. u.m..c.s.m. sinónimo: Aliciente». Hemos consultado a profesores de Idioma Español y coinciden en que también se usa la palabra como sustantivo.

El diccionario Mentor lo define de la misma manera, pero introduce el verbo «incentivar», lo que autoriza a pensar que incentivo es acción o efecto de incentivar.

Históricamente, el hombre ha movido o motivado a animales -y a otros hombres- de muy diferentes maneras. Esquemáticamente esos estímulos se pueden agrupar en: materiales y morales, los que se pueden subdividir, a su vez, en desagradables y agradables.

Los materiales desagradables -evitables si se hace aquello que el «estimulador» desea-, van de golpes a pinchazos (picanas, acicates, etc.); los materiales agradables son los premios por órdenes cumplidas (como el pescado a los delfines que realizan una pirueta) que, a veces, lo transformamos en promesas inalcanzables, como en el caso de la zanahoria delante del burro.

Los estímulos morales van desde las amenazas atemorizadoras y las promesas esperanzadoras, a la fe y el convencimiento racional. Estas dos últimas se conocen hoy como «militancia».

Por fuera de que algunos ideólogos conservadores han justificado -y sostenido como válida- la aplicación de sensaciones físicas o psíquicas desagradables al hombre, para afirmar y perpetuar un poder, también se usa -y algunos lo consideran socialmente válido- la aplicación al hombre del estímulo de lo agradable (almuerzos, paseos, incluso dinero, etc.), de manera que «se motive o mueva a desear una cosa o a hacerla». Eso sí, la mayoría de las veces se verá obligado a cometer acciones contrarias a leyes o al verdadero interés social mayoritario. Decía un conocido dirigente de empresas norteamericano, con una muy buena dosis de cinismo: «ningún almuerzo sale gratis...».

Es decir que, en los extremos de los estímulos materiales, se ubican dos grandes perversiones de la época: la tortura y la corrupción. Los más toscos elegirán a aquella, los más refinados a esta última.

Creemos que, al manejarse detrás de incentivos económicos, el mayor esfuerzo debe ser dirigido a conseguir esos logros sin caer en la corrupción, lo que, debemos aceptarlo, puede se difícil.

Por otra parte, como cuestión de justicia gremial: ¿quién, a la hora de lograr esos incentivos sectoriales, se acordará del médico de una aislada policlínica rural? ¿Cómo logrará ese compañero un incentivo que lo acerque -en el monto mensual- a la remuneración que obtiene un «retenato» o un técnico del cti?

Perogrullo dice que es obligación del SMU conseguir soluciones para todos sus socios.

De movilizaciones salariales anestésico-quirúrgicas

En esa misma asamblea, fuimos aludidos por enésima vez como partícipes y beneficiarios de una exitosa movilización salarial frente a las iamc que mantuvieron las sociedades anestésico-quirúrgicas.

Respondemos e intentamos aclarar algo que, si bien no fue merecedor de pasaje a tribunales disciplinarios, nos es enrostrado en cuanta ocasión se cree propicia.

En primer lugar, esa movilización fue ajena al SMU, pero la desvinculación se comunicó en tiempo y forma.

En segundo término, esa gestión se hizo usando recursos de las diferentes sociedades -transformadas acorde a la ley en científico-gremiales-, pagando, con mucho sacrificio de todos, a asesores externos.

En tercer lugar el origen -de esa movilización por separado- fue el sentimiento de frustración y de indignación por haber sido traicionados por el «negociador» de entonces, cuando una asamblea del SMU -sobre salarios en el sector privado- votó una cantidad mínima exigible por cirugía practicada y se «negoció» por porcentaje del sueldo (16%). Los frustrados fueron anestésico-quirúrgicos y el negociador fue alguien que, posteriormente, ascendió a la presidencia del SMU. Ese alguien, en la Asamblea General Extraordinaria del 10 de setiembre de 1996 -donde se discutió acerca de los incentivos a los psiquiatras- siendo ya director del cieSMU, dijo -entre otros conceptos igualmente «elevados»-: «Vamos a dejarnos de principios, vamos a dejarnos de los viejos criterios del sesenta y vamos a enfocarnos en la realidad actual del país que nos toca vivir, y acá lo que tenemos que hacer es negociaciones serias sobre bases sólidas, en las cuales podemos ir ganando». (Pág. 19, parágrafos 10 al 14 del acta respectiva). Posteriormente, este médico fue «purgado» de la agrupación que lo había llevado por dos períodos a la presidencia y ni siquiera como adherente figuró en las listas (aclaramos que no sólo él). No sabemos si su exclusión (¿expulsión?) se debió a este exceso de pragmatismo oportunista o a sus fallas en aritméticas para contar votos de asambleas. Por lo menos se le habrá obsequiado un ábaco al saberlo con tal carencia. Pero eso es otra historia.

Dr. José Artigas

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