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 Separata Testimonios

Doctor Juan De Boni

(Neurólogo)

Fue el «rey de los contracursos»

El primer recuerdo que tengo de Gomensoro es de cuando yo era interno del profesor García Otero, en 1954. En ese momento era Profesor Agregado de medicina, aunque hacía Neurología, fundamentalmente en la Sala Ricaldoni, en el primer piso del Hospital Maciel.

Nos dio unas clases, y yo le llevé escrito a máquina lo que había escrito a lápiz en las clases dictadas sobre accidentes vasculares en algún cursillo que él dio. Me llamó poderosamente la atención el afecto con que recibió los apuntes, que fue una característica de toda su vida, hasta el día de su muerte.

Gomensoro tenía el privilegio de ser una figura princess en la Neurología uruguaya. Él no fue grado 5 pero fue el neurólogo del Uruguay. Si podemos decir que hubo un neurólogo, fue Gomensoro en todos los aspectos, científico, humano, como persona, así lo afirmaría su numerosa clientela extrahospitalaria, privada y mutual.

Se caracterizó siempre por tratar igual a todas las personas. No le importaban sus bienes económicos ni su posición social.

Decía esto porque me llamó la atención la deferencia con la que me trató. No me conocía, yo era un muchacho de 25 años y me corrigió los apuntes. Me agradeció con una cortesía poco común, aunque los profesores uruguayos nunca fueron muy estirados ni pedantes, pero él tenía la característica del abrazo cordial y sincero y era capaz de llegar a la persona con la cual hablaba, y más siendo yo un jovencito de tan poca edad e importancia.

Quedé vinculado rápidamente al Instituto. Me encantó ser interno de Neurología. Era la época en que Arana era director interino y allí estaban Castells, Botinelli, Avellanal, De Féminis, Gomensoro, Bernardino Rodríguez. Yo fui interno de la Sala Lavalleja y pude ver a Gomensoro permanentemente al lado del enfermo

Él no llevaba a cuestas su título, lo llevaba intrínsecamente. Ya en contacto con los pacientes, ya en sus clases, ya en un discurso. Pero nunca en una pose doctoral que nos alejara de él.

Toda esa época abarcó desde el ‘53 hasta la dictadura, cuando me alejé de Facultad, me revocaron el cargo, tuve una actividad muy cercana con Gomensoro.

Para ser breve voy a leer lo que escribí sobre él en el prólogo de la primera edición de Las enfermedades cerebrovasculares. Termino el prólogo diciendo: «Con especial interés expreso mi agradecimiento al profesor José Bebe Gomensoro, su constante exhortación a la labor de investigación clínica, a la profundización del conocimiento científico y su infatigable espíritu de trabajo que comprometió mi modesto esfuerzo».

El objeto de leerlo no es hacer propaganda de mi libro, sino que en realidad lo hice no tanto por idea de él sino por su modalidad que nos empujaba permanentemente al trabajo.

Yo trabajé durante 25 años en el Departamento de Enfermedades Cerebrovasculares, hasta diciembre del año pasado cuando me retiré por motivos de salud, y Gomensoro fue el director encomiable en todo aspecto.

Muy trabajador. Era un hombre que iba a las nueve de la mañana a ver enfermos a la policlínica pero no a dictar cátedra, sino a verlos, a auscultarlos, a escribir con esa letra clara que tenía, a hacer esquemas, dibujos, y permanentemente trabajaba, trayéndonos libros –recién empezaba la época de las fotocopias–, exhortándonos a estudiar, sugiriendo ideas.

Conociéndolo se conseguía de él lo que se necesitaba para beneficio del trabajo. Siempre tuvo la grandeza de reconocer que no era perfecto. Aunque alguna idea contara con su inicial oposición, si luego se convencía se entregaba con amor a la medicina y el trabajo.

Otro aspecto que me parece muy importante es el de su ideología política. Teníamos fundamentalmente diferencias metodológicas, pero no en lo de fondo. Su capacidad fue extraordinaria. Fue un gran luchador.

Fue el pionero de los contracursos. Eso le costó desagradables encuentros con la represión. Hubo quienes hablaron contra él en el Parlamento. Pero él era el primero en entrar al anfiteatro en los contracursos, el primero en hablar contra la dictadura, el primero en hablar de política, el primero en militar con la energía de un muchachito joven, en contra de los de su clase y los de su edad. Fue el pionero de la Neurología en el compromiso.

Yo quiero destacar esto porque no se dijo en el homenaje que se le rindió.

Y quiero ser enfático: Gomensoro fue el «Rey de los contracursos», el creador, el que llevó más a fondo sus principios.

Para mí, con veinte años menos, era muy importante su personalidad. Recuerdo su cara de tristeza y rabia, de rencor por todo lo que ocurría en la década de los setenta y que él superaba con esa maestría moral que tenía. Ese es el aspecto que quisiera destacar y que no se mencionó en el homenaje.

Yo por razones de salud, por miedo a emocionarme, no lo dije. Ahora es distinto, con usted.

Y ni que hablar de él en el Hospital, revisando enfermos, yendo a las salas, tocándolos, sacando reflejos, hablando con el interno, con el jefe de Clínica, con los enfermeros.

Sus clases no eran magistrales, sino profundamente prácticas, llenas de interés, poniendo su conocimiento al servicio de los estudiantes.

Pero, como cuando una persona se muere se habla sólo de lo bueno, yo quiero señalar otras cosas. Él era un poco anárquico, desordenado, quizá le faltaba algún dejo de disciplina científica ortodoxa. Eso sí, él abogaba por la continuidad del conocimiento científico a pesar de todos los escollos que se presentaran.

Lo conocí también en el aspecto familiar. Tengo un grato recuerdo de una tarde de calor, sentado en el paredón de la rambla, en mangas de camisa, con su saco en la mano, volviendo del hospital, con la corbata floja, la camisa medio desabrochada y Pepa, su esposa, y sus hijos bañándose frente a la playa Pocitos, entre Pereira y Barreiro. Es un recuerdo familiar que siempre me fue muy grato. Siempre fue muy cariñoso con mis hijos.

Como científico también fue pionero, porque en el año ‘49 o ‘50 ya estaba dedicado a las enfermedades cerebrovasculares. Hizo su tesis sobre eso y fue la parte central de su labor.

Él sabía encarar al paciente portador de una enfermedad de ese tipo desde un punto de vista global. Nunca lo perdía. Examinaba el abdomen del paciente como sacaba un reflejo, auscultaba un pulmón, un corazón, y eso me quedó grabado. A diferencia de otros neurólogos, él hablaba del paciente y no del sistema nervioso del paciente.

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