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 Separata El acto

Palabras de la Sra. Luce Fabbri de Cressatti 

No puedo recordar con precisión mi primer encuentro con Gomensoro. Hay que remontar muy lejos y la memoria se pierde. Sólo sé que lo veía de vez en cuando siempre con Virgilio Bottero, pues eran inseparables en las reuniones de militantes libertarios en los primeros años de mi estadía en el país, es decir a partir de 1929.

Formaba parte de un grupo de médicos recién recibidos y de estudiantes de medicina próximos a recibirse, con Virgilio Bottero, Carlos María Fosalba, anarquistas todos y llenos de entusiasmo. Algo después, cuando la dictadura de Uriburu arrojó de este lado del Plata a tantos refugiados, se les sumó el médico argentino Gómez del Valle.

No sé si Gomensoro entonces estaba recibido. Sé que estudiaba, estudiaba mucho y con seriedad, con la misma seriedad con que militaba y cultivaba la música. Decían los compañeros que tocaba el piano con la misma fineza y originalidad de un concertista. Este último aspecto de su personalidad quedó luego sacrificado a los otros dos; el íntimo disfrute y la sensación de superación personal que da el arte cedieron conscientemente el lugar a las actividades consideradas de servicio a los demás. Porque detrás de esa intensidad y alegría de vida, de ese entusiasmo juvenil expansivo y creativo, había un sentido austero de deber, que le dio a la existencia de Gomensoro coherencia y continuidad respecto de su juventud.

Ese grupo de médicos recuerdo hablaba mucho de la socialización de la medicina, una socialización descentralizada y no estatal. El que más estudiaba este problema era Fosalba, pero todos lo discutían. Todos también luchaban por la Reforma Universitaria convergiendo en el Centro Ariel en el que se estaba incubando la feuu. Eran tiempos de nacimiento. Estos son recuerdos vagos.

La amistad, verdadera amistad con Gomensoro, vino para mí algo después, cuando todos estábamos empeñados en la lucha contra la dictadura de Terra.

Yo perdí a mi padre en 1935 y Bottero y Gomensoro se acercaron a mí y a mi madre para darnos apoyo. Bottero, que tomó a su cargo la asistencia médica de las dos, me hablaba mucho de Gomensoro, al que amaba como un hermano y admiraba profundamente. Me decía: «Nunca he conocido a nadie que sea tan valiente, que sepa afrontar los peligros con tan lúcida tranquilidad».

Luego, yo misma lo conocí mejor, especialmente a partir de la fundación de la revista Esfuerzo. Gomensoro fue uno de los fundadores y de sus principales animadores. No es fácil rastrear sus escritos, pues nadie de nosotros firmaba, a no ser las notas bibliográficas, generalmente con iniciales. Así, encontramos las suyas: J.B.G., al pie de análisis de publicaciones del Dr. Lazarte, sobre limitación de los nacimientos una, sobre reforma universitaria otra, tema este último que fue como decíamos hasta 1958, uno de los principales motivos de agitación de todo ese ambiente de profesionales jóvenes y estudiantes. Otra reseña se refiere a un libro del doctor alemán Nicolai sobre mortalidad infantil.

Cito estas notas no porque tengan una gran importancia (pues la contribución más original se pierde en el anonimato de la parte sustancial de la revista), sino porque indican cuáles eran entonces algunos de sus principales intereses.

En ese mismo periodo tuvo lugar su casamiento. Y, su dulce y enérgica Pepa, lo acompañó durante toda su vida. Gomensoro era hombre en que el amor y el pensamiento eran tenaces y duraderos.

Ligado por su familia paterna y su matrimonio, con la cúpula de esa parte de los partidos tradicionales que se oponía a la dictadura de Terra, él llevaba a cabo esa misma lucha en la base social, junto a los sindicatos y dentro del movimiento libertario por el que había optado en su primera juventud.

Puesto que el tema que me ha tocado en este encuentro de recuerdos es «El hombre y su filosofía de la vida», es natural que me detenga un momento en decir qué era para Gomensoro el anarquismo, ya que en el anarquismo consistían no sólo su opción temprana, sino también su «filosofía de la vida», mientras la vida le duró.

Me siento autorizada a hablar de eso, pues él me dijo una vez, casi sorprendido, que había observado cómo, durante toda nuestra larga existencia, ante tantos acontecimientos distintos, él y yo habíamos tomado siempre la misma posición y siempre coincidíamos en las ideas y en las propuestas.

Había, en realidad, un acuerdo profundo, que derivaba de la misma forma de encarar y sentir el anarquismo en el que ambos hemos militado y que no fue repito un sarampión juvenil, porque era y es un modo esencial de ver la vida y desear vivirla.

Es, ante todo, una exigencia de libertad (es decir de autenticidad) para todos y de justicia para todos, libertad y justicia sentidos no como valores a los que hay que compatibilizar con esfuerzo, sino en un binomio inescindible, en el que un término es condición del otro.

El anarquismo de Gomensoro tenía como meta un socialismo libertario sin Estado, es decir un socialismo descentralizado hasta lo capilar, basado en un tejido federativo, esto es, no en la subordinación, sino en una coordinación de autonomías.

Él sentía tal libertad no sólo y no tanto como derecho, sino esencialmente como deber; es una libertad que nos hace responsables ante nuestros semejantes como gestores, con ellos, de la vida asociada.

En realidad es la aplicación del antiguo precepto: «Compórtate con los demás como quisieras que los demás se comportaran hacia ti», precepto del que la organización jerárquica del Estado en lo político y el mercado en lo económico son la continua negación.

Se trata de un ideal y, como tal, marca un rumbo, independientemente del grado en que pueda llevarse a la práctica (pues ningún ideal se realiza nunca cabalmente, porque nada de lo humano es perfecto). Es más bien un camino, camino experimental y pluralista, por el que se avanza de acuerdo con el grado de madurez de una sociedad. De ahí la importancia de la educación.

Gomensoro era un revolucionado y, como tal, fue a unirse a la lucha del pueblo español en 1936-1937. Pero concebía la revolución como un movimiento de pueblo para remover obstáculos, no como imposición violenta de un modelo de sociedad.

Su anarquismo era esencialmente constructivo. Las actividades a las que se dedicó incluso la investigación científica estaban encuadradas en esta exigencia de creatividad concreta.

En la lucha antiterrorista él, Bottero, Fosalba estuvieron muy ligados con Roberto Cotelo, quien desempeñó una parte importante en la huelga gráfica de 1934 y en la fundación y dirección del diario que los tipógrafos opusieron victoriosamente a los diarios de la patronal. No sé si Gomensoro colaboró en ese diario, pero es muy probable, pues poco después trabajaban con Cotelo en Esfuerzo y al mismo tiempo Cotelo ayudó mucho a la fundación del Centro de Asistencia del Sindicato Médico.

En julio de 1936, poco después de la fundación de la revista Esfuerzo, los acontecimientos de España removieron profundamente el tejido social montevideano y llevaron al rojo vivo a toda la izquierda y especialmente a las corrientes libertarias por el carácter creativo que tuvo la respuesta del pueblo español al golpe franquista.

También el ritmo del trabajo para la redacción de Esfuerzo se vio perturbado. Muy pronto Gomensoro, Bottero, Cotelo y otros compañeros, entre los cuales un gran amigo de ellos y mío, Pedro Tufró, partieron para España para colaborar en la lucha antifascista y en la revolución profunda que la acompañaba como contrapartida necesaria.

La socialización de la economía que se estaba llevando a cabo desde las comunidades agrícolas y los sindicatos, especialmente en Cataluña, Aragón y Levante, sin dictadura y por obra de los trabajadores iba creando un mundo nuevo.

La experiencia española, que fue la experiencia de la utopía, fue muy importante en la vida de Gomensoro. El haber tocado con la mano el carácter concreto de lo que pensaba y el haber experimentado no sólo sus viabilidades, sino también la rica problemática que se abría al contacto relativizador con la realidad diaria, les dieron a sus ideales juveniles raíces permanentes y un carácter de profunda seriedad.

Después de los trágicos hechos de mayo de 1937, en los cuales perdió la vida Pedro Tufró, el pequeño grupo volvió al Uruguay. Gomensoro venía cargado de documentación y de recuerdos. En ese primer periodo después de su regreso, a la vez que volcaba sus recientes experiencias en la Revista, se dedicó a dar charlas sobre las características de la nueva sociedad que estaba surgiendo en España.

Entre los papeles y publicaciones que, por gentileza de Elina la hija después de su muerte llegaron a manos del grupo libertario del que él formaba parte en sus últimos tiempos y que yo también integro, encontramos entre las páginas de un número de la revista Esfuerzo, donde estuvo guardada durante cincuenta años, una hojita con el esquema de una de esas conferencias.

Los temas están apuntados con su letra pequeña y firme (la que sus pacientes conocemos tan bien por sus recetas), en un orden lógico riguroso, que refleja el aspecto racional de su personalidad clara, ordenada y, a la vez, penetrante. Lo que ese esquema no refleja es lo que podríamos llamar «la pasión de España», que se sentía entonces en su voz y que ha marcado nuestra generación de militantes. Es difícil que puedan entenderla quienes nacieron después y no vivieron esos días.

Pero, a la vez, desde su regreso, se volvió a sumergir en la realidad uruguaya, que era la suya, y tan rica en ese periodo, periodo de-cíamos de nacimientos. Había nacido la feuu, había nacido el casmu. En los barrios más importantes de Montevideo habían surgido Universidades Populares, que luego se unificaron en una central que funcionaba en 18 y Ejido. Con esta nueva realidad, impulsada por González Areosa, colaboró Gomensoro, no sé si antes, pero seguramente después de su regreso de España, volcando en ella las inquietudes que lo llevaron después a impulsar la extensión universitaria y la obra cultural de la Universidad a través del Departamento de Publicaciones.

La Universidad Popular no perduró porque la dictadura acosaba y las deudas también. Hubo que cerrar y las deudas las pagó todas o en gran parte Gomensoro, que con su garantía había permitido que se pudieran dar las clases en los últimos tiempos en un buen local. De todos modos la Universidad Popular fue un momento importante aunque olvidado del autodidactismo popular en el Uruguay.

He querido detenerme en la juventud de Gomensoro, un poco por la propensión de los viejos a evocar los tiempos más remotos, pero más porque pienso que es la época de su vida menos conocida y porque es representativa de lo que vivió después en el campo político social.

Su militancia libertaria siguió teniendo, a lo largo del siglo, el mismo carácter constructivo, adherente a las necesidades de la realidad diaria, aunque naturalmente, dadas sus mayores responsabilidades en otros campos, desde posiciones más periféricas.

Los acontecimientos maravillosos y catastróficos de nuestro siglo; energía nuclear, conquista de la luna y en general del cielo, los antibióticos, la informática, el lento suicidio ambiental, el triunfo y el derrumbe de un capitalismo de Estado llamado «socialismo real», el neocapitalismo y la desocupación tecnológica que está eliminando el proletariado de la realidad y del vocabulario, no han eliminado la injusticia, ni la opresión, y la exigencia de la libertad y justicia siguen incambiadas. Por eso la coherencia en los fines básicos no indica estancamiento. Todo lo contrario. Eso me importaba decir de Gomensoro.

Por otra parte, su obra de médico e investigador no queda fuera de ese marco de una idealidad de perfección humana aplicado día a día, realísticamente, es decir imperfectamente, a una realidad imperfecta.

Gomensoro estaba convencido del papel eficaz que puede desempeñar la medicina en la solución, a la medida humana, de muchos problemas sociales.

Durante la dictadura militar sufrió la larga angustia de la prisión de su hija Elina y se vio exiliado de su Instituto y de las fuentes de la investigación. Pero no flaqueó. Y aun en sus últimos años, cuando ya no le quedaban fuerzas y le costaba moverse, hizo algunos intentos de participación en las actividades de sus compañeros de ideales.

En ese esfuerzo había mucho amor, pues detrás de ese carácter sobrio y reservado había una gran afectividad.

En este mismo terreno, después de haber hablado de su pensamiento y de su militancia, quisiera terminar evocando egoístamente al amigo, uno de esos amigos que, con sólo existir, nos hacen sentir fuertes frente a todos los poderes.

Nos veíamos poco, pues los dos estábamos muy ocupados, pero lo he tenido a mi lado en los momentos más difíciles y dolorosos: cuando perdí a mi madre, cuando perdí a mi compañero.

Es una amistad que ha durado tres cuartos de siglo y se puede decir que para mi dura aún, pues su recuerdo es de los que me ayudan a vivir ahora ese trance difícil y complicado que se llama vejez.

 

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