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 Separata El Acto

Palabras del Sr. Eduardo Galeano

Buenas noches a todos y muchas gracias a los que cometieron esta generosidad de invitarme para arrimar mis propias palabras a lo que de alguna manera Pablo definió como una ceremonia de comunión de todos los que conocimos y quisimos y queremos a Gomensoro.

Yo tuve una relación con él, digamos, permanente en los tiempos en que me tocó desempeñar el cargo de Encargado del Departamento de Publicaciones de la Universidad. Él era el director de la Comisión que regía el Departamento y nos llevábamos muy pero muy bien. Yo era bastante más loco que ahora, lo que ya es decir, y quizás su formación profesional de neurólogo le facilitaba el trato porque sabía correrme para el lado que yo disparaba y siempre recibía de la mejor manera mis proyectos, mis iniciativas, mis delirios, que a veces eran solamente delirios.

«Mire don Bebe...» le decía y él sonreía. Yo me iba convencido de que me había dado la razón pero al final las cosas se hacían de acuerdo con el rumbo sereno y sensato que él daba a todos sus actos.

Era un hombre, como dijeron Pablo y Canabal, un hombre paradójico porque yo diría que sabía vivir muy humildemente su señorío natural. Sin alharaca, sin ninguna arrogancia, de la manera más sencilla y de muy callada manera, Gomensoro fue predicando con el ejemplo. Pocos casos conocí de coherencia tan perfecta entre la palabra y el acto. Era un hombre que creía en lo que hacía y por eso hacía lo que hacía con tanta firmeza y a la vez con tanta dulzura.

Un ejemplo de coherencia. Fue siempre leal a los amigos que quería y a las ideas que creía y no viene mal evocarlo y reafirmarlo en su vida, en su ejemplo, los que tuvimos la suerte de trabajar a su lado en estos tiempos que corren que no son muy propicios para la coherencia ¿verdad? El partido político de más éxito en el país es el P.O. (no Partido Obrero sino Partido Oportunista), donde podría llegar a ocurrir un diálogo que me contaron que ocurrió en España. ¡Vaya a saber si era verdad o no era verdad! Pero si no era verdad merecía serla. Es el diálogo entre Manolo y Pepe. Manolo asombrado de los cambios que ha tenido Pepe dice: «¡Cómo has cambiado de ideas Pepe! Cuando yo te conocí eras monárquico, y luego te hiciste falangista y luego te hiciste franquista y luego te hiciste demócrata y luego te hiciste socialista y ahora estás con Aznar. ¡Hombre cómo has cambiado de ideas!». Y ahí el otro aclara: «Yo de ideas no he cambiado nunca. Mi idea siempre fue ser Alcalde de este pueblo».

Y Gomensoro es uno de los uruguayos que –por suerte el país ha sido generoso en esa fecundidad– nos han dado a los que llegábamos después, una callada lección de coherencia y lealtad. Eran tiempos fecundos aquellos en los años en que trabajamos juntos en la Universidad y no viene mal subrayarlo ahora que existe cierta tendencia al desprestigio de la época, identificándola con una especie de caos, de puro desorden, locura inútil. La verdad es que eran tiempos fecundos y no hay más que ver lo que ocurría en ese modesto ámbito en el que nos movíamos nosotros ahí en el Departamento de Publicaciones. Éramos cuatro funcionarios, no más, publicábamos La Gaceta, que creo que había sido fundada por Gomensoro antes de que yo entrara ahí. Publicábamos boletines de información y numerosos libros. Después, cuando vino la dictadura militar –eso que aquí llaman proceso por esos misterios del lenguaje que si fuera en homenaje a Kafka se justificarían, pero creo que no es en homenaje a Kafka que llaman proceso a lo que fue dictadura– cuando vino la dictadura, nos suprimieron a todos naturalmente y en lugar de cuatro funcionarios hubo doscientos, para editar manuales de tiro al blanco, lo cual de algún modo fue un retrato del proyecto de país que encarnaban estos señores de uniforme que vinieron a poner orden en aquel presunto caos.

Digo que no viene mal evocar ese tiempo como un tiempo de fecundidad, como un tiempo de creación y de imaginación, también a través de algunas figuras. Gomensoro, que fue una espléndida encarnación de lo mejor del espíritu de la Universidad de Cassinoni, pero también de algunos que han sido olvidados como un Rector que nos apoyó mucho en todo lo que era nuestra tarea en aquel tiempo que fue Oscar Maggiolo, un hombre del que tengo el mejor recuerdo. La última vez que lo vi, lo vi en Caracas, en Venezuela. Él andaba muy deprimido, era la época del exilio. Los militares le habían allanado la casa y se habían llevado nada más que su título universitario, solamente el título, con lo cual le impedían ejercer su profesión. Así que él hacía proyectos para otros, que le chupaban la sangre en Venezuela. Y yo lo encontré muy triste. Después se murió. Yo creo que de tristeza, de pena, como se murieron otros tantos, de la pura pena del país lastimado, gente linda, y no viene mal, creo que es al revés, una jubilosa obligación, evocar a la gente linda. A la gente que vivía con sentido de la justicia, hombres como Gomensoro, justamente, que no hacían lo que les convenía sino lo que creían que era justo. Digo que es una jubilosa obligación en estos tiempos que tienen cierta tendencia a elegir al revés. Donde es cada vez más frecuente el éxito de la gente que no tiene escrúpulos y el fracaso de la gente decente, donde es cada vez más frecuente el éxito, el encumbramiento de los copiones, de los papagayos, de los monos y es cada vez más difícil que la gente realmente creadora, que tiene cosas que ofrecerle al país, pueda desarrollar sus proyectos.

No soy hombre de nostalgias, soy hombre de esperanzas, que a veces no sé muy bien de dónde viene la esperanza, pero de algún lado vendrá porque viva está. Y a la hora de explicar la esperanza se me enreda la lengua, porque la verdad es que quizás no tiene explicación, probablemente porque, no sé, debe ser ciega la esperanza porque es hija del amor, que también es ciego y solamente los bobos creen que el amor puede ser explicado. Pero quizás la explicación única que la esperanza tiene, cieguita y todo, pero viva, está en los hombres y en las mujeres que la encarnan, que son ella, la esperanza en carne y hueso.

Y yo que no soy hombre de nostalgias, también creo que hay un legítimo derecho de extrañar a esas personas, a esos hombres, a esas mujeres. Y en estos días, cuando estaba por venir aquí pensaba qué era lo que podía decir y buscaba palabras que no encontraba, por casualidad leí un poema de un espléndido poeta del caribe de la Isla de Santa Lucía, Darry Wallcot, que fue Premio Nobel y que dice eso mejor que yo.

La mitad de mis amigos ha muerto.
Te haré unos nuevos, dijo la Tierra.
No, no, grité.
Devuélvemelos tal como eran,
con sus fallas y todo,
no perfectos, simplemente así.

Eso es todo. Gracias.

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