ADVERTENCIA: El recurso que está visitando fue creado hace mucho tiempo y no ha sido revisado recientemente. Se mantiene como acervo de la Institución pero tenga en cuenta que puede contener información no relevante o desactualizada.

 Separata Testimonios

Doctor Marcelo Viñar

(Médico, psicoanalista)

Una evocación personal del maestro

José Bebe Gomensoro... Evocar este hombre sacude en mí muchas emociones y recuerdos muy marcantes. Yo lo conocí desde una perspectiva universitaria. Fui miembro estudiantil de la Asamblea del Claustro que él presidía, fui interno de Neurología en la policlínica de la cual era director e investigador activo.

No quisiera hacer un ditirambo, y el amor que siento por él puede llevarme a hacerlo porque evocar a los muertos puede conducir a una exaltación. Pero en un tiempo de crisis de valores universitarios –dicho sin afanes restauradores ni salvacionistas– yo podría decir a título personal que él me marcó a mí y quizá a muchos de mi generación como uno de los maestros de mayor envergadura de la Facultad de Medicina, por ciertas condiciones que voy a tratar de ir definiendo poco a poco.

Voy a evocar muchos momentos marcantes. Uno de los privilegios de llegar a mi edad es estar entrando en eso que se llama «sexagenario», es tener una perspectiva de evocación de los hombres que se han marcado como modelos identificatorios. Yo pondría a Gomensoro como uno de ellos, dentro de la media docena que me marcó en la definición de valores universitarios y éticos, de modo ineludible.

Tal vez el primer recuerdo es su modo de configurar, en un estilo absolutamente singular, el acto médico, la condición de establecer una relación médico-paciente en la que el paciente, el sufriente, se sintiera acogido y comprendido de un modo igualitario, de un modo fraternal, que era casi como un aprendizaje escénico.

Tenía fuerza dramática ver cómo iba conquistando la confianza del paciente. Ver cómo él iba conquistando la confianza y confidencia del paciente. Toda su visión médica y su conocimiento de la anamnesis sistemática que podía llevar a cabo lo hacía como una apropiación de hacer del drama del sufriente algo suyo. Eso me parece ejemplar, paradigmático de una figura médica.

En este momento en que el prestigio es el conocimiento objetivo y la tecnología –y bien se sabe que Gomensoro se adaptó a cambios muy radicales en su disciplina y su especialidad–, muchas veces se utiliza esta tecnologización de la anamnesis médica como un modo de alejar, maquinizar o infantilizar al paciente, que se siente atrapado por una figura omnisapiente.

Tal vez lo sé por las ocasiones en que yo tuve que consultar en la posición de minusvalía, de dolor y cierta regresión emocional que provoca casi universalmente la enfermedad, el ser capaz de brindar de un modo muy sobrio y sin histerización, un estar cómodo con ese individuo que lo interrogaba y lo examinaba. Esta experiencia cotidiana durante el año en que yo fui interno de la policlínica que él dirigía, yo la pude hacer con docenas de docentes.

Yo rescataría en Gomensoro esa cualidad de demostrar y de enseñar con el ejemplo cómo posicionarse frente al enfermo, cómo restituirlo a su magnitud de hombre íntegro y no favorecer los aspectos regresivos e infantilizantes que tiene la enfermedad.

El médico como detentor del saber y poder sobre la vida y la muerte muchas veces, sin querer o queriendo, lleva al paciente a una posición de sometimiento y sumisión que en su grado extremo conduce a una infantilización.

Gomensoro fue un ejemplo de cómo revertir esto que lamentablemente aún no hemos podido exorcizar. Yo lo pondría como modelo –y estoy seguro que sería refrendado por todos los que lo conocieron– de un modo de plantarse y posicionarse frente al enfermo, haciéndolo sentir en la restitución de un hombre íntegro y no en la minusvalía del sufriente.

Esta es la enseñanza que tuve al verlo atender a los enfermos. Y es lo que quiero decir en primer lugar.

Después trabajé para el plan de estudios, trabajé mucho con docentes, y muchas veces cuando yo tuve que enseñar la relación médico-paciente, consciente y seguramente, aunque no lo pensara explícitamente lo tenía a él como modelo.

Por eso lo primero es el recuerdo del médico en su acto cotidiano. En aquel Hospital de Clínicas –que no era este que hoy está en la miseria que se describe en los artículos, sino en el esplendor de ese Hospital y de un momento de la medicina– verlo frente al enfermo modesto o pudiente –incluso mi propio padre– con esa sutil capacidad de darle la dignidad, no considerándolo un alumno principiante.

En el aula... Se habla de una época de oro del Instituto de Neurología como uno de los centros universitarios que produjo mayor erudición y con capacidad de transmisión, con prestigio internacional. Él era un buen jugador del cuadro. Yo ahí no lo compararía ni con Castells ni con Arana, ni con los Mendilaharsu, ni con María Delia Bottinelli, era un primum inter paris, una de las estrellas de un gran equipo.

Se había llegado a un espíritu colectivo en la forma de hacer investigación y docencia y las clases de Gomensoro eran una fiesta, tanto en el contenido como en esa capacidad teatral que se daba con el enfermo. La podía llevar a cabo con una capacidad retórica brillante, casi inimitable, utilizando su sabiduría, su capacidad discursiva e incluso cierta gestualidad.

En una clase dada por Gomensoro uno recibía de todo menos tedio. Esto es el docente en el aula y en el anfiteatro. Siendo alguien que no daba una clase magistral, erudita, sino una clase magistral donde la simplicidad del mensaje permitía así un rendimiento del aprendizaje.

El Gomensoro universitario y político... Es bien sabida su definición ideológica de anarcosindicalista y su posición radical e intransigente, pero sin abdicar de su radicalismo y de su intransigencia tenía una capacidad de concertación, una capacidad de interpretación de un debate universitario a cuyos fracasos asistimos hoy en día, una capacidad de controversia, que era de una sagacidad impresionante.

A mí me tocó asistir con él a dos congresos de educación médica de facultades de Medicina de América Latina –yo era un junior y él era un veterano–, uno en Perú y otro en Guatemala, en la época en que la Facultad de Medicina estaba instalando su plan de estudios, y su claridad doctrinaria, pero esa capacidad de que el discurso brillante pudiera desembocar en medidas prácticas y que no se quedaban en el enunciado genérico ni doctrinario y que fuera capaz de articular la doctrina con decisiones operativas también, nos dejaba a muchos de nosotros con la boca abierta.

No era conciliatorio. En este país los disensos son muy paralizantes y sabemos que grandes consensos no pueden llegar a una posición corporativa por tener pequeñas diferencias en esos puntos de cómo limar la diferencia o restituirle su carácter menor respecto a posiciones colectivamente compartidas, eso lo hacía un dirigente político y universitario de una sagacidad rara.

Si destaco un gran clínico, un gran docente de aula y un gran dirigente universitario, hablo de una de las figuras que ha marcado una época de la Facultad.

Y de yapa, como última cosa, siendo muy respetado y admirado nunca se juntó con el personaje, nunca se subió al altar, es decir que podía conciliar esa condición de liderazgo con una discreción y sobriedad que yo la quisiera para mí y para todos mis líderes.

En un tiempo en que los debates entre caudillos llevan a arrogancias, esas personas con capacidad de liderazgo y de ejercerlo con cierta sobriedad y humildad son personajes que uno quisiera tener en el momento actual en el Uruguay, en el Sindicato Médico y en la Facultad.

Esta es mi evocación emocional del Maestro. Y bueno, el momento triste de verlo declinar y apagarse en el silencio es el dolor que marca lo efímero de la vida.

En mi vida en la Facultad y en el exilio he conocido muchos seres brillantes. En ese firmamento de muchas estrellas, el José Bebe Gomensoro se destaca como un valor seguro. No por muchos seres humanos yo podría hacer esta geografía –que si queda un poco ridícula es por la emoción que el personaje me convoca–. Es de esos seres que se inscriben como imborrables en la formación de uno.

/