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Con Manuel Flores Silva

En busca de la prueba


Actual director de la revista Posdata, el profesor Manuel Flores Silva, protagonizó, desde la dirección del semanario Jaque, una peripecia periodística que fue decisiva para el esclarecimiento del crimen de Vladimir Roslik y, en buena medida, para que desde el poder se reconociera por primera vez la práctica de la tortura.
Desde la distancia de quince años, «Manolo» rememora la sucesión
de casualidades y causalidades que condujeron a determinar la verdadera naturaleza de la muerte de Roslik.


por José López Mercao

Foto Prof. Manuel Flores Silva: «Habían transcurrido tres números, ya no teníamos que publicar y se nos venía el cierre encima»

En el principio de esta historia hay que recalcar el papel fundamental jugado por una señora de cultura promedio, del interior del país, que tiene la lucidez de que, cuando en un cuartel, bajo dictadura, le entregan el cadáver del esposo, es capaz de llevarlo a otro departamento para una segunda autopsia.

Autopsia que hicieron médicos militares, alguno de ellos de confianza de ella. Eso es lo primero que hay que destacar: la lucidez de esa señora que desde su tremendo dolor hace exactamente lo que se debía hacer: retirar el cuerpo del ámbito en que estaba, sacarlo del departamento y hacer una segunda autopsia.

Lo segundo a destacar es que los médicos no solamente hicieron una autopsia absolutamente fidedigna, sino que además nos confirmaron el contenido de la aquella.

Protagonistas

¿De quiénes se componía ese «nosotros»?

Básicamente, en el caso Roslik me refiero a «Maneco» (Manuel Flores Mora) que es el que lo «resuelve», por decirlo así. Yo tuve la responsabilidad editorial y la de oficiar de soporte de toda la política de presión que inmediatamente cayó sobre nosotros. Luego había dos periodistas jóvenes, Bluth y Petit, quienes prácticamente en los comienzos de su carrera periodística se ven enfrentados a esto que era mucho más que una nota.

Cuando publicamos la noticia de la muerte de Roslik y la presunción de que ésta se debiera a actos de tortura, me cita el entonces director de la DINARP, el que me dice que nosotros no podríamos demostrar lo que estábamos afirmando, pero que, no obstante, no nos iban a cerrar de inmediato, porque eso sería interpretado como un intento por silenciar la investigación, pero que nos atuviéramos a las consecuencias si no obteníamos los elementos de prueba.

Allí empezó una carrera de cuatro semanas, una situación límite en la que nos iba la vida tratando de obtener pruebas contundentes del asesinato de Vladimir Roslik.

En los hechos eso implicaba que no podíamos dejar de avanzar en la información sobre el caso, porque si quedábamos empantanados, inmediatamente sobrevendría el cierre de Jaque.

Obviamente, nosotros no podíamos decir: «Jaque afirma que Roslik murió a consecuencia de torturas», pero sí habíamos podido parafrasear -en el título de tapa con el que comenzó todo- al sacerdote que tuvo la valentía de decir: «Oremos por el alma de Vladimir Roslik, que murió asesinado». De alguna manera nos amparamos en la «santa madre» y pudimos decir lo que todo el país presentía.

Hasta ese momento se iban sumando elementos de empuje: una mujer increíblemente lúcida teniendo en cuenta la tragedia que vivía, médicos que comienzan a hacer una autopsia fidedigna, un cura que denuncia, un medio de comunicación que se hace eco de lo que sucedía... Pero a los efectos de nuestra conversación interesa lo periodístico, es decir, cómo se llega a la resolución del caso.

La dialéctica del crimen

¿A esa altura ya sabían de la existencia de una segunda autopsia que conducía a la verdad?

Por supuesto, pero de nada nos servía si no teníamos acceso a ella. Hicimos todo tipo de intento por obtenerla. Sabíamos que ya había venido para Montevideo. Cuando digo todo tipo de intento lo puedo ejemplificar con una anécdota: por razones que tenían que ver con su seguridad personal, el coronel retirado que estaba a cargo de la investigación interna del caso, hace una fotocopia del expediente y se la da a un amigo para que la guarde, como forma de cubrirse las espaldas.

Esa actitud es absolutamente explicable si se tiene en cuenta la atmósfera que se respiraba entonces. Seregni había salido en libertad un par de meses antes, casi simultáneamente se había desproscrito a los cantores populares, viene Zitarrosa, se permite difundir a Viglietti en las emisoras.

Y en la vereda de enfrente nos encontramos con que el general Medina, un militar que había sido duro en las negociaciones del año anterior en el Parque Hotel, entonces a cargo de la División 3, con sede en Paso de los Toros y de quien dependía Río Negro, estaba negociando una salida.

En otras palabras, en la interna militar se vivía una confrontación entre la línea de Medina, de salir de la situación negociando, y la del general Álvarez, que condicionaba esa salida al reconocimiento de la sociedad uruguaya a la labor cumplida por los militares, es decir, salir «por la puerta grande».

De acuerdo con ello, la muerte de Roslik era parte de un ajedrez interno de los militares.

Foto Mary comenta: «Fue una foto vestidos de gala para hacer un mural, luego que Vladimir saliera del Penal»

Desde ese punto de vista, toda la historia de que se había traído armas a San Javier a través del río Negro y todo el resto de la fábula, debilitaba la postura negociadora de Medina. En esa alucinación, la propia muerte de Roslik beneficiaba a los «duros», ya que el cuartel de Fray Bentos estaba dentro de la jurisdicción de Medina.

Se trataba de una dialéctica a la que nos íbamos acostumbrando, en la que luego de cada avance aperturista sobrevenía un empuje represivo de signo opuesto.

Eso explica muy bien por qué el juez militar que está entre esos dos fuegos, saca de ese ámbito la copia del expediente y la entrega a un amigo, quien la guarda bajo medidas de seguridad en su oficina. Habíamos estudiado la rutina de ese hombre y sabíamos que a determinada hora, él se ausentaba por media hora para leer el diario en el bar de la esquina. Como podíamos tener acceso al lugar donde estaba el documento, todo consistía en aprovechar esa media hora para sacarlo, fotocopiarlo y volverlo al lugar. Sin embargo, fortuita o no, se da la circunstancia que este hombre no cumple con su rutina durante tres días consecutivos, luego de lo cual el documento es trasladado.

Habían transcurrido tres números, ya no teníamos que publicar y se nos venía el cierre encima.

«Este fue batllista»

Con el estado de ánimo que te imaginarás, estaba con mi hermano Felipe repasando nombres de gente vinculada con el caso y en eso entra «Maneco» y encuentra, entre el personal vinculado a la segunda autopsia, un nombre que le era familiar. Se limitó a señalarlo y decir: «Este fue batllista». Eran las siete de la tarde y se fue de inmediato, piloteando un coche de aspecto fantasmal, lleno de herrumbre y antióxido, a ver a esta persona.

Apareció a las once de la noche con la segunda autopsia en la mano. Había convencido a aquel viejo batllista de que le proporcionara la información, se habían ido juntos al instituto forense militar y en la propia máquina de escribir del instituto copió la autopsia.

El resto es sabido: la publicación de la autopsia determinó que el Ejército, que jamás había reconocido la existencia de la tortura, sancionara a los mandos del cuartel, abriera el camino para el procesamiento de los responsables materiales y de algún modo eso significó el fin de la tortura, que hasta entonces era una práctica rutinaria y nunca aceptada.

No puedo dejar de preguntar la identidad de esa persona, que tal vez sin saberlo, hizo dar vuelta una página de la historia.

Yo no sé si vive la persona que nos abrió esas puertas, es un secreto profesional que me llevaré a la tumba, pero en las instancias en que las opciones son de vida o muerte, a menudo sobrevienen esas casualidades que pueden cambiar el rumbo de la historia y dejarnos marcados por el resto de nuestra vida.

Para terminar, y reafirmando lo que acabo de decir, me referiré sólo a un episodio que ocurrió simultáneamente y que me impresionó mucho: cuando le dan a «Maneco» la carpeta donde está la ficha de Roslik, por equivocación le entregan dos carpetas juntas. La que estaba pegada a la de Roslik pertenecía a una entrañable compañera mía de estudios, cuyo nombre omito por respeto a su familia y que también es una de las víctimas emblemáticas de ese período negro que estábamos contribuyendo a cerrar.

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