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El conflicto médico en Salud Pública 

«Por la recuperación de la dignidad»

Los días 30 de junio, 1º y 2 de julio, los médicos de Salud Pública pararon.
El hecho tendría la categoría de noticia de rango menor, en tiempos en que el paro suele ser la última razón contra el deterioro del salario y las condiciones de vida. Sin embargo, al estar referido a los médicos interesa reconstruir la suma de razones que llevaron a que un servicio de características tan esenciales se paralice, sobre todo si se tiene en cuenta la tradición liberal y asistencialista del cuerpo médico uruguayo..

por José López Mercao

No obstante ello, se llegó al paro y, lo que es más importante, el mismo fue acatado por un cantidad de médicos que oscila entre 80% y 85%.

En centros como el Hospital Pereira Rossell, en el Servicio de Emergencia o en la Policlínica de la Costa, el porcentaje de adhesión a la medida alcanzó al cien por cien, y superando el reflejo paralizante del «incentivo», en el Vilardebó, donde la totalidad del personal médico está incentivado, las cifras se ubicaron en la banda que media entre 85% y 95%. Es evidente que algo está sucediendo.


Anatomía de la penuria

Las razones pronto perceptibles para esa fractura residen indudablemente en el salario. Tal como lo denuncia el smu: «En el momento actual un médico en un cargo de inicio gana menos de 250 dólares mensuales por 96 horas de trabajo y un Jefe de Servicio alrededor de 400 dólares (grado máximo del escalafón), en contraste con otros organismos de la actividad pública cuyos salarios son entre tres y seis veces superiores».

Por añadidura, la espoleta de la penuria salarial se ve activada por la perentoriedad de los plazos de la Rendición de Cuentas. En otras palabras, el inmovilismo en materia presupuestaria de hoy hipoteca los logros futuros, ya que sepulta la temática salarial hasta el año 2001.

Sin embargo, las reivindicaciones no tienen un signo exclusivamente economicista ya que se pone especial énfasis en el tema de los concursos. Hace un cuarto de siglo que no se recurre a ellos para cubrir vacantes en el Ministerio de Salud Pública, pese a que la Ley Orgánica del Ministerio (ley Nº 9202, de enero de 1934) así lo determina.

Pero también tienen cabida en la plataforma de movilización las carencias de personal (perceptibles particularmente en áreas como enfermería, laboratorio o anatomía patológica), la insuficiencia u obsolescencia de los procedimientos de diagnóstico y la escasez de medicamentos. Ni que hablar de las condiciones de hacinamiento y locativas inadecuadas, de la carencia de higiene, y de la insuficiencia de elementos materiales que permitan contener el deterioro de la salud en los usuarios de Salud Pública: ese tercio de la población que se recluta entre los de menores expectativas sociales.

«Por la recuperación de la dignidad»: pocas veces una consigna ha reposado sobre tal grado de consensualidad.

Del ‘34 al ‘52

No obstante, lo precedente no continenta en toda su dimensión el cuadro, no demasiado diferente del que se puede observar en las penosas condiciones en que subsiste la Salud Pública en América Latina.

Es que se trata del Uruguay, un país que históricamente ha estado a la vanguardia en el mundo entero en materia de salud. Un país que mucho antes que se promulgara la Ley de Ordenamiento del año 1934 había erradicado las enfermedades más frecuentes en su tiempo, a través de campañas como las instrumentadas por el poco recordado Pedro Visca. Un país que llegó a conjuntar (en sus grandes momentos históricos) al Ministerio de Salud con la Universidad de la República, para hacer de esa síntesis de práctica y saber médico un paradigma admirado por el mundo entero.

Sin embargo, el ordenamiento primigenio que estableció la Ley de 1934 fue sistemáticamente violado, como si la estructura política del país se resistiera a traducir en términos de Estado lo que la avanzadilla médico-científica había logrado en el terreno sanitario.

Sobre ese sustrato se desarrolla el gran conflicto de la salud del año 1952, en coincidencia con el tratamiento del proyecto de Presupuesto de Salud Pública.

Vistos a la distancia, los puntos de la plataforma programática del año 1952 no tienen demasiada diferencia con las reivindicaciones centrales que movilizan al cuerpo médico hoy.

Recapitulémoslas:

«*Escalafón racional para todo el personal técnico y administrativo.

*Iguales designaciones y remuneraciones para iguales funciones.

*Regularización de la situación presupuestal de muchos funcionarios.

*Creación de cargos y organización de servicios para realizar un plan mínimo de asistencia de acuerdo con las necesidades del país.

*Salarios más decorosos y justos para todo el funcionariado técnico, administrativo y de servicio que reparen en parte la iniquidad actual.

*Sueldo progresivo para los funcionarios sin escalafón.

*Sueldo mínimo, insuficiente aún, pero más de acuerdo con las necesidades que impone el elevado costo de vida».1

Cinco monedas

La huelga de 1952 –que se tuvo que enfrentar a la promulgación de Medidas Prontas de Seguridad y a una represión durísima que incluyó la ocupación de los hospitales por parte de personal militar– logró todos sus objetivos. Incluso es un dato poco relevado la importancia que este conflicto tuvo como antecedente y fermento de la histórica lucha por la Ley Orgánica de la Universidad del año 1958 (la huelga de Salud Pública involucró directamente a la Universidad, ya que el ejército también ocupó el Hospital de Clínicas).

La valoración que se hace del conflicto desde las páginas del órgano del Sindicato Médico de entonces (Acción Sindical) es expresiva en cuanto a que los médicos eran conscientes de lo que habían logrado, ya que al hacer el balance de la huelga rescatan cinco puntos de avance, diciendo que la misma:

«1. Creó la conciencia gremial en los funcionarios de Salud Pública incorporándolos, de hecho, al núcleo de los gremios respetables y que se hacen respetar con reclamaciones justicieras.

2. Demostró capacidad para organizarse en lucha no obstante la rudeza de la oposición. Esa capacidad será mayor con la experiencia adquirida.

3. Demostró unidad, al lograr la conjunción en la lucha, de todos los sectores de funcionarios, técnicos, administrativos y auxiliares.

4. Despertó el interés de otros gremios de trabajadores del país, que ofrecieron su solidaridad y que organizaban formas categóricas y trascendentes de expresarla.

5. Creó confianza, presente y para el futuro. Los funcionarios de Salud Pública han dejado de ser mansos inescuchados por el gobierno. Desde hoy se les oirá y cuando digan: ‘¡A la huelga!’, se sabrá que así será y con firmeza».2

Los cinco puntos precedentes –admirables por su concisión– pueden resumirse en cinco conceptos: conciencia, organización, unidad, solidaridad y confianza.

El conflicto hizo crecer la capacidad de coaligación horizontal de los médicos con el conjunto de la sociedad. En primer lugar, al incorporar la acción conjunta con todos los protagonistas del sector salud; luego, motivando la solidaridad de otros gremios que hicieron suyas las demandas de los profesionales de la salud.

Por último –y no es un elemento menor–, el conflicto permitió unificar al cuerpo médico en una gremial única, el Sindicato Médico del Uruguay, consecuencia directa del protagonismo que el Sindicato tuvo en el mismo y, por los antípodas, de la claudicación de la Dirección del Colegio Médico.

Fue así que los dos primeros puntos del informe elevado por la mayoría del Comité Ejecutivo del smu a la Asamblea General (que también son compartidos por el informe en minoría), citada para tratar «El conflicto con Salud Pública y sus derivaciones», establecían: «1. Romper toda clase de relaciones con el Colegio Médico. 2. Expresar a aquellos socios que pertenecen al smu y al Colegio Médico que deben decidirse por una de las dos instituciones, únicamente en el plazo de treinta días; si al cabo de ellos no hubieran cumplido con ese requisito, y previas tres citaciones para aclarar la posición, no cumplieran con este articulado, serán declarados cesantes en su calidad de afiliados al smu».3

El resultado no sólo fue la consolidación de la gremial única, sino la fusión en un mismo cuerpo, de las características gremiales y de colegiación del cuerpo médico, en una síntesis muy particular y con pocas similitudes en el mundo entero.

Empero, si bien aquel conflicto marcó hondamente al cuerpo médico, a la Salud Pública y a la sociedad en su conjunto, las razones de fondo del descaecimiento del sector salud siguieron incólumes.

Cierto, era otro Uruguay, otra la vertebración del aparato productivo y de servicios y, fundamentalmente, otros los recursos. Es preciso no olvidar que mientras se desarrollaba la huelga, los efectos del conflicto en Corea prolongaban en un último tramo el optimismo exportador del periodo de la Segunda Guerra. Aun así y pese a la total victoria de los huelguistas, nada cambió en el fondo del asunto.

La efímera primavera
del ‘58

Tuvieron que pasar seis años desde la gran huelga de la salud y 24 años desde la promulgación de la Ley de Salud Pública de 1934 para que, durante el primer gobierno nacionalista en lo que iba del siglo, se cambiaran fugazmente las reglas del juego y se volviera a lo prescrito por la ley de ordenamiento.

Sin embargo, las razones de la corrección no estaban fundamentadas en ningún especial espíritu legalista ni mucho menos en cambios drásticos en la orientación del Ministerio. Simplemente que no se podía combatir una política de cuño partidario con otra similar pero de sesgo inverso, sin que mediara una transición legitimadora que se remitiera a la letra escrita.

Fue por entonces que entraron en el Servicio de Asistencia Externa los ocho primeros médicos escogidos por sistema de concurso. Llegó a haber otro Llamado similar y las compuertas se cerraron.

No obstante, la continuidad del estado de situación no puede inducir a engaño: era otro Uruguay, eran otros hombres y era otra la clase dirigente. La recesión, aunque operante y perceptible, no había deprimido el salario médico a los niveles irrisorios que se verifican hoy por hoy. El deterioro y la obsolescencia de la infraestructura y la dotación logística de la Salud Pública eran un dato incipiente y el nivel educativo y la consiguiente enjundia profesional del cuerpo médico aún no habían sido afectados por el consiguiente deterioro de las políticas educativas.

Pero por sobre todo, se trataba de un Uruguay en el que a las clases dirigentes les seguía preocupando lo popular, lo que preservaba la Salud Pública de los peores efectos de la crisis generalizada que sobrevendría en los años noventa.

Salario e «incentivo»

Este equilibrio –que por inmovilista y decadente que fuera preservaba la estructura de la Salud Pública en sus aspectos fundamentales– comienza a resquebrajarse durante la dictadura y colapsa abruptamente en el periodo posterior a la reinstitucionalización democrática.

El sistema de provisión de vacantes por concurso queda definitivamente en el olvido; se agudiza la desafectación por todo lo que sea mejora edilicia; la obsolescencia del equipamiento técnico y la carencia de medicamentos llega a niveles alarmantes. Las magras retribuciones se complementan con atraso en los pagos y la intención manifiesta de achicar, es decir, de introducir el tema del excedentarismo en un área tan esencial como la Salud Pública.

Todo eso en un momento crítico, caracterizado por el incremento de la demanda de salud y simultáneamente de la oferta de la misma. Sin embargo ambos parámetros no se juntan ni se complementan (tal como debería suceder si se cumplieran estrictamente las leyes del mercado). Es que las políticas de Estado no lo permiten. La División Salud del Ministerio va reduciendo cada vez más su plantilla de personal hasta encontrar la gran salida de las comisiones de Apoyo, a través de las cuales se crean los llamados «incentivados», una nueva categoría que merece una consideración pormenorizada, ya que el tema de los incentivos ocupa el primer plano en el actual conflicto de los médicos de Salud Pública.

Aparentemente –y sólo en apariencia– se recurre al instituto del «incentivo» de manera casual. Primero para los médicos de cti y luego para los psiquiatras, en coincidencia con la importante movilización que estos realizan luego del cierre del Hospital Musto.

Es entonces que se apela al Patronato del Psicópata (entidad preexistente pero con otras atribuciones) para organizar la creación de comisiones de Apoyo que, en estricta dependencia de los directores de Hospital, instrumenten la provisión de fondos para mejorar la paupérrima retribución salarial del personal médico.

Un animal bifronte

La figura del «incentivo» tiene una naturaleza bifronte. En una de sus caras es la expresión de que el desmantelamiento de la Salud Pública y la contracción del salario médico llegaron a un extremo tal de deterioro que se hace necesario para el sistema en su conjunto arbitrar algún tipo de solución.

La conclusión precedente guarda relación con el cambio de línea que existe a nivel de los organismos internacionales luego de la primavera neoliberal de comienzos de la década de los noventa. La propia documentación emergida de organismos como el Banco Mundial (a partir de 1994 aproximadamente), o la instrumentación al mismo nivel de programas de contención (como por ejemplo los programas fiss y fas en el Uruguay), son la manifestación más clara de la incipiente conciencia que se ha abierto camino allí donde se diseñan las políticas globalizadoras, acerca de que el sector salud es el último dique de contención ante el deterioro que provoca esa misma globalización en las economías más débiles.

Por otra parte, el destino que han tenido los fondos aplicados a esos programas de fortalecimiento (tema reiteradamente denunciado por la prensa y en el propio Parlamento) desnuda un Ministerio enmarañadamente burocrático, que ni siquiera es capaz de administrar de manera eficiente los recursos externos dispuestos para el sector salud.

Mirada desde el reverso, la figura del «incentivo» genera una contradicción desprovista de síntesis, ya que implica la tercerización del Ministerio, al generar formas de contrato uni o multipersonales, pero manteniendo las características del contrato privado. Por cierto, en esa modalidad de contrato se conserva la dependencia funcional con el Ministerio de Salud Pública, que en definitiva es quien paga, pero el médico «incentivado» no es titular de ninguno de los beneficios que poseen los médicos que dependen directamente del Ministerio.

En consecuencia, no tiene amovilidad ni ninguno de los derechos adquiridos de que goza el funcionario inscripto en planilla, ya sea seguro de enfermedad o de embarazo, antigüedad o el mero derecho a reclamo en caso de despido (se llega al extremo de que si el médico «incentivado» falta dos días en el mes se le descuenta la totalidad del incentivo).

Las paradojas
del «incentivo»

Esta situación lleva a una paradoja: el funcionario «incentivado» es y a la vez no es funcionario del msp. Depende del mismo, pero su contrato (cuando existe) es revocable sin más trámite. Las remuneraciones se hacen efectivas, pero no guardan ninguna formalidad ni generan beneficios ni antecedentes laborales de la índole que sean. En otras palabras, toda la Ley Orgánica del Ministerio deja de existir para ese funcionario, «incentivado» pero sin existencia civil.

Una paradoja complementaria es que los médicos de Salud Pública se encuentran con el «incentivo» sin haberlo buscado, luego de una lucha seria y bien organizada (con el respaldo del conjunto del smu) por incrementos salariales. Lo que encuentran es una forma degradada del mismo: un espectro llamado «incentivo», un fantasma que se agota en su pura inmediatez dineraria ya que debajo de la sábana no existe otra cosa.

A su vez, el «incentivo» trae anexada una particular casuística en la consideración del tema de las categorías. Disuelve las categorías clásicas (médicos suplentes, titulares e interinos) en un esperanto indescifrable que supera las veinte «categorías» (por llamarlas de algún modo), ya se llamen retenatos, suplentes fijos, suplentes variables, interinos fijos, titulares e innumerables etcéteras.

A todo esto, el principio de «a igual función, igual remuneración», incumplido desde 1934, no sólo se diluye aún más sino que es de ímproba aplicación en el laberinto categorizador que, remedando a Discépolo, «ve llorar la Biblia contra un calefón».

Como frutilla en el postre, se crea un centro hospitalario en la ciudad de Las Piedras en el que todo el personal, de acuerdo con el artículo 410, va a tener contratos a término. Es decir, se crea un hospital sin una estructura jerárquica estable, con lo que se compromete desde el inicio la continuidad de la asistencia.

Sin embargo, pese a que la institución del incentivo pretenda reconciliar lo irreconciliable, regular la desregulación y contener un caos que está implícito en las políticas centrales con respecto al sector, continúa el descaecimiento de los servicios: escasean los hematólogos, los hemoterapeutas, las nurses y las enfermeras y quienes sobreviven dentro de esa estructura desmantelada, a menudo por mera vocación y espíritu de compromiso, son incentivados para que dejen vacante una plaza que no será cubierta.

Contradicciones
ministeriales

La aceleración del proceso de deterioro de la Salud Pública motiva innumerables gestiones del Sindicato Médico del Uruguay ante los poderes públicos, que obtienen la callada por respuesta.

En el mes de agosto de 1997, la Asamblea General Extraordinaria del smu decreta un paro, el que es dejado en suspenso para reintentar negociaciones con las autoridades, las que siguen mostrando indiferencia ante la situación.

En ese periodo, el instituto del «incentivo», que ya había sido introducido entre los médicos de cti, se difunde también entre los psiquiatras. El hecho hace variar el eje de la discusión con el msp. Ya no se trata de discutir sobre los derechos de la salud, la dignificación del salario médico, las condiciones de asistencia y los inexistentes concursos. El incentivo anula toda discusión sobre esas minucias. En adelante el msp, ante cualquier reclamo, exhibirá cifras sobredimensionadas de médicos «incentivados», ocupándose de establecer una interesada sinonimia entre incentivo y salario.

Discusión intrincada y abstrusa, ya que el propio msp no tiene claro el porcentaje de incentivados y ni siquiera la cantidad exacta de médicos que figuran en su plantilla.

Así, en comunicación oficial al smu de fecha 21 de mayo, se habla de un total de 3.903 médicos, mientras el 10 de julio, en una misiva similar, se dice que son 3.754 (a los que deberían agregarse 372 suplentes fijos).

En cuanto a los incentivados, el 10 de julio se los porcentúa en 52% (62% si se considerara en ese rubro a retenes y médicos de familia), pero en una comunicación oficial del 25 de junio, se nos informa que el porcentaje citado es de 32% (que llegaría a 57% de tomarse en cuenta los médicos de familia y retenes). Evidentemente las cifras no cierran.

No obstante –y otra vez topamos con la paradoja– el tema es y no es una cuestión de números. Lo es en tanto de la presencia del incentivo depende cierto grado de dignificación de una función médica sumergida. Es una cuestión de porcentajes en tanto de la generalización a todo el cuerpo médico del «incentivo» depende, en buena medida, que se detenga la migración del sector y el consiguiente deterioro de niveles de asistencia, ya de por sí paupérrimos.

Pero no lo es, en cuanto la figura del «incentivo» ha cambiado todos los parámetros con respecto a la administración de justicia distributiva (concepto particularmente sentido en el imaginario de nuestros compatriotas). La retribución ya no se determina de acuerdo con la función, ni se administra teniendo en cuenta de manera igualitaria las categorías, sino que se personaliza y muy a menudo depende de factores subjetivos, de caprichos o del lobby específico de los protagonistas. El «incentivo» aparece pretendiendo paliar una situación de injusticia masificada, pero al mismo tiempo disuelve la justicia en la casuística de lo singular. En su expresión más exacerbada tiende a dividir, a disgregar, a desafectar de lo colectivo, más allá de que esos propósitos a menudo no se logren porque la conciencia de los hombres no tiene precio.

El Sindicato Médico en su línea

El subtítulo reproduce de manera literal el histórico editorial del gran Constancio Castells a la salida del conflicto de 1952 (ver recuadro anexo). Buena parte de la edición de Acción Sindical de mayo de ese año hace un balance exhaustivo de esa «línea» a la que alude el Dr. Castells.

Algunos aspectos de la misma fueron mencionados en el comienzo de esta nota. Es preciso reconocer, a casi medio siglo de distancia, que las condiciones han variado radicalmente, que estamos muy lejos de aquel estado de agregación social, de aquella sociedad vertebrada y organizada que hacía posibles luchas tan masivamente disciplinadas.

Pero existen elementos que no han variado, como la importancia de la coaligación, el peso de lo colectivo y del accionar unificado.

La huelga de los médicos del msp con que se inauguró el mes de julio es un buen ejemplo de ello. Fue preparada con antelación, respaldada por el conjunto del smu, discutida y aprobada por su Comité Ejecutivo, refrendada y enriquecida por la Asamblea.

Los altos niveles de participación no se explican solamente por la crisis del sector, ni por la presencia o ausencia de los incentivos (ya mencionamos el hecho del ejemplar acatamiento de la medida en centros donde todos los funcionarios los perciben). Parafraseando a Castells se podría decir que en la ocasión existió elaboración de línea, y que esa fue patrimonio del conjunto del smu. Es el primer paso hacia la elaboración de una estrategia. Hay indicios en la realidad de que es un momento propicio para plantearse algo más que batallas puntuales.

La Asamblea que reafirmó el paro de comienzos de julio dispuso además algunas medidas que son, en buena medida, el esbozo de una estrategia. En principio encomendó a la «Comisión del Subsector Público la elaboración de una propuesta del II Encuentro de Médicos del Sector Público, a ser presentada para su aprobación en el Comité Ejecutivo». Este sería la continuación del I Encuentro, realizado en el mes de octubre de 1997, que marcó el punto de arranque para una revitalización de la castigada estructura de base del subsector.

Luego solicitó «la inmediata puesta en funcionamiento de la Mesa de Diálogo smu-Femi-msp», iniciativa que se ha visto potenciada por la profundización de la postura de la gremial de los médicos del interior. Es decir, la onda expansiva comienza a generalizarse.

Si esto sucede en el plano nacional, algo similar acontece a nivel internacional. Conflictos exitosos de los médicos de la Salud Pública en Venezuela, Honduras, El Salvador, Nicaragua... No por azar el día 22 de julio, la Asamblea General del smu consideró el ingreso a la Confederación Médica Latinoamericana (Confemel), continuidad de la Confederación Médica Panamericana, nacida en 1946 en La Habana con el activo protagonismo del smu a través del Dr. Manuel Ambrosoni.

Es preciso tener en cuenta que tal vez estemos en presencia de un incipiente proceso de regeneración y que sea necesario conformar un diagrama estratégico que ponga el tema de la salud en el primer plano. El protagonismo que al smu le corresponde ante esta tarea (que –esta sí– debería ser motivo de políticas de Estado) no emerge solamente de sus particularidades, su originalidad y su riquísimo historial, sino también de la claudicación del propio Estado ante la emergencia.

Alguien dijo que la grandeza de Carlos María Fosalba no residió en lo que dijo, sino en lo que efectivamente hizo. Algo en el ambiente anuncia la posibilidad de un nuevo renacimiento, en el que los hechos serán más expresivos que las palabras y tal vez esté comenzando a sonar la hora de los protagonistas. Una hora en la que serán decisivos los programas, pero aún más los hechos que los desdoblen en acción.

1 Acción Sindical, mayo de 1952, p.4.

2 Ibid., p.23.

3 Ibid., p.13.

El Sindicato Médico en su línea

Nuestra institución gremial ha vuelto a dar su ejemplo. El mismo que viene dando desde el día ya lejano de su fundación; el que alienta en el espíritu de todos los sindicalistas auténticos. Pero, quizá, en esta ocasión, el momento y la trascendencia del problema destaca con aristas más notables ese ejemplo, esa actitud, esa identificación con lo justo y lo valedero.

El Sindicato Médico no titubeó en seguir su camino nunca, y más firme y decidido fue su paso cuanto mayor fue el peligro que el mismo entrañaba. No lo arredró amenaza de clase alguna, la policía rodeando su casa, el que asociados suyos fuesen detenidos, la insinuación de que perdería su personería jurídica, de que sería clausurada su sede. Es que la calidad de la sustancia que lo integra y la solidez de su estructura están muy por encima y son mucho más fuertes que estos vientos de incomprensión y, a veces, de indignidad que azotan al país. No podemos valorar exactamente cuál es el alcance de su fuerza material, pero sí sabemos bien de su magnitud moral y afirmamos rotundamente que, con ella como escudo, el Sindicato Médico es indestructible. Está mucho más allá del peligro de las asechanzas que pudieran intentar crearle los posibles renegados de adentro y los traidores de afuera.

La causa de Salud Pública debe ser defendida con acción y energía. En el plano doctrinario, de estudio, de hablar y escribir se habían agotado todos los caminos.

Siempre el Sindicato dijo su verdad sobre el problema; su palabra fue constructiva, de consejo, de asesoramiento, de crítica severa cuando fue necesario. Pero, quemadas ya todas las instancias de la discusión, sin otro camino que el de la acción directa, abierto por sectores de gobierno, sordos a todo reclamo de razón y de justicia, el Sindicato Médico debía seguir en la senda, tomar su puesto de combate y agitar con mayor fuerza que nadie la bandera que tenía en alto, no desde poco tiempo ha, sino desde su fundación.

Y, entonces, fue idea y hogar de la lucha, fue abanderado, general y soldado, fue consejo sereno y fragua ardiente. No se especuló nunca con la posibilidad del triunfo o la derrota, sólo se sintió con cada dificultad, con cada angustia, más resolución, más decisión, más anhelo para darlo todo en la batalla.

Y cuando asomó la hora del triunfo no hubo clarines, sino de nuevo estudio, deliberación para perfeccionarnos, para apretar más las filas, para estar juntos los verdaderos sindicalistas, los que lo demuestran en las horas difíciles, los que no usan el Sindicato para su encumbramiento personal y sus intereses mezquinos, sino los que lo dan todo sin buscar nada, los que se juegan, los que pugnan por el anónimo cualquiera sea su puesto en la lucha.

Esta brillante página de acción gremial que acaba de escribir el Sindicato Médico ya está incorporada a la historia. Estamos seguros de haber sido fieles a nuestro pasado, a nuestros predecesores, y de haber seguido iluminando el camino de los que deberán elevar, siempre adelante, la antorcha de la solidaridad gremial y social.

(Editorial escrito por el Dr. Constancio Castells en Acción Social, órgano oficial del Sindicato Médico del Uruguay, en la edición del mes de mayo de 1952.).

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